Las vacaciones en pandemia no conocen distinción entre bochorno y aventura. Bajo la amenaza de que éstas son las últimas de la historia —antesala del apocalipsis o la extinción— y la sutil advertencia de que el pueblo llano es el encargado de reactivar la economía —semanas antes de ser culpabilizado por vivir por encima de nuestras posibilidades—, me animé a comprar un paquete vacacional. Con cuatro garabatos y unas fotografías de unas sirenas inflándose a langostas a la brasa, el comercial me convenció de que veranear en las playas de Tócame Roque era mucho más económico que quedarme en casa con la bolsa de judías congeladas en el sobaco.
Echo de menos los tiempos en que se podía salir de casa acompañado de un revólver, sombrero y tabaco de mascar, donde la única preocupación era dejar bien amarrado al caballo. Ahora en la maleta de un viajero no pueden faltar cartera, móvil, gafas de sol, auriculares, crema solar, diez cargadores, preservativos, bermudas, libros para aparentar ser interesante, gel hidroalcohólico, mascarilla casual, mascarilla de fiesta, antinflamatorios y pastillas para suicidarse. Con la maletas a punto de estallar, subí a un autobús destartalado camino al paraíso. A pesar de llevarme a mí y a otra familia junto a sus doce gallinas, el conductor hizo parada en todos los pueblos de más de cien habitantes, pausa para comer y echar la siesta, teniendo que empujarlo en la subida del Puerto de Tócame Roque.
Los días de gloria de Tócame Roque han llegado a su fin. La mayoría de hoteles estaban cerrados. El centro comercial Cómprame Roque, que otrora albergara boutiques de lujo y restaurantes con cocina de medio mundo, estaba repleto de carteles de próxima inauguración en otra vida. La playa había sido reconquistada por los lugareños, especialmente los más jóvenes, quienes ante la abolición de escrúpulos y remilgos foráneos se apareaban sin compasión y arrinconaban a los turistas a bañarnos en el puerto, entre restos de combustible, peces muertos y residuos fecales. Tras un baño exfoliante, me dirigí al único chiringuito que quedaba abierto en Tócame Roque: el Cómeme Roque. A pesar de acudir a primera hora, la cola daba la vuelta al local bajo un sol de justicia que me achicharró. No en vano, los primeros días fueron creados con el propósito de cambiar salud por conocimiento. Pedí al camarero lo más típico de la zona y éste me sirvió una hamburguesa tex mex con ternera wagyu, traída en burro y carretilla desde Japón. La cuenta me dejó tiritando, pero me fui convencido de que el atraco había merecido la pena para ayudar a las familias de Tócame Roque.
Me encaminé hacia el hotel para descansar y aliviar las quemaduras de segundo grado. Las calles estaban desérticas, el retén de la policía había sido ocupado por los narcotraficantes locales y los aparcacoches estaban todavía en ERTE. En esas que me crucé al camarero del restaurante y amablemente, apuntándome con una navaja bien afilada, me pidió un fondo extra de solidaridad con la gente de Tócame Roque. No cabía de emoción por mi acto de generosidad, aunque a partir de ese momento sólo tendría capital para beber agua del mar y alimentarme de las lapas que los pescadores locales descartasen. Al llegar al hotel, me advirtieron que había un cliente resfriado y que el protocolo pandémico exigía que todos nos encerrásemos durante quince días. Los gastos suplementarios del encierro correrían por cuenta del cliente, así como unas tasas de solidaridad vecinal. Antes de poder abrir la boca, los recepcionistas me cogieron y me metieron en la habitación de aislamiento, la cual compartiría con la familia del autobús y sus doce gallinas.
Por fortuna, el hotel me ha ofrecido una bolsa de guisantes congelada para que me refresque. Definitivamente, en Tócame Roque me siento como en casa.
¡¡¡Está crónica es genial!!!
Un abrazo
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me alegra, compañera. Un fuerte abrazo, adelante!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Súper!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Encantado, compañera. Adelante!
Me gustaLe gusta a 1 persona
😉
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias por la lectura. Adelante!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Hoy es mi primer día de vacaciones, espero que no sean como las de la historia, yo por si a caso me esconderé entre las calas, y pasaré desapercibida, comiendo latas de atún, lapas y erizos de mar un saludoo
Me gustaLe gusta a 1 persona
Es una gran estrategia, un alarde de coherencia poco común en estos tiempos. Gracias por leer. Un fuerte abrazo, compañera. Adelante!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Pues te diré que mi primer día de vacaciones.. el regalo fue un pinchazo en la rueda, pero diré que justo paso a los diez minutos un mecánico delante de mi coche y me lo arregló al momento jajja un saludoooo
Me gustaLe gusta a 1 persona
Todos los contratiempos son historias por contar. Quedo a la espera de la siguiente parte. Un abrazo, compañera. Disfruta mucho de ellas. Adelante!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me ha encantado leerlo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Encantado yo, esta es tu casa. Un abrazo, compañera. Adelante!
Me gustaMe gusta
Valiente animarse a vacacionar en estos tiempos, bueno en Usa los casos siguen en aumento, así que ni pensar…
Buena narración,
Saludos.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me alegra que te haya gustado. Estamos en un momento un tanto desconcertante: la pandemia sigue avanzando, pero la televisión insiste en que tenemos que ir de vacaciones. No es fácil. Un placer verte por aquí. Gracias por la lectura y el comentario. Adelante!
Me gustaMe gusta
Jajajaja me has hecho reír 😆
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me alegra. Muchas gracias por leer. Un fuerte abrazo, adelante!
Me gustaMe gusta