Día tras día me persigue la misma disyuntiva. Aunque no emplea técnicas de persuasión, tarde o temprano obliga a tomar una de sus dos alternativas. Algunos ya lo hicieron y ahora disfrutan o maldicen su decisión. Los primeros pasean con gesto de suficiencia. Me observan como si fuera transparente y mis palabras apenas consiguen rozarles. Los segundos se mueven atropelladamente, angustiados por la crudeza del reloj y despotricando contra su propia finitud. Se juran que un día cambiarán de decisión. Sin embargo, nadie ha podido redoblar la disyuntiva.
Paseo sobre las lindes de la disyuntiva. Me debato entre ser acunado por los brazos del cinismo o resistir y acabar devorado en cualquier callejón. Entonces, cuando estoy a punto de decidirme, me pinto la cara y me enfundo el disfraz de payaso. Me acerco al parque, me alzo sobre un banco y grito: «Hoy no voy a decidir, mañana ya veremos». Momentáneamente, la disyuntiva desaparece.

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Gracias por compartir, compañero. Un fuerte abrazo, adelante!
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¡Qué genial! muy interesante forma de expresar la disyuntiva!
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Con la de tiempo que me da para pensar y maldecirlo, como para no dedicarle unas palabras. Encantado de verte por aquí. Eres bienvenido! Abrazos!
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siii, ya tocaba pasarse. Abrazo!!
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