Relatos · Vida Moderna

La amiga de mi madre

Aunque me pase media vida despotricando contra él, he de admitir que el capitalismo salvaje tiene sus ventajas. Sin ir más lejos, ha conseguido que yo, una persona carente de afecto, sin alma y fría, sea capaz de demostrar sus sentimientos mediante una tarjeta de crédito, un par de clicks y explotar al sufrido e incansable repartidor de Amazon. Nada más llegar el paquete, tu abuelo queda complacido con su paquete de viagra del Himalaya. Tu padre rebosa felicidad por su nueva motosierra, aunque no tengamos jardín. Tu primo de doce años, rebelde e indomable, te trata de divinidad por comprarle un videojuego que le permite ponerse en la piel de un narcotraficante en las favelas de Rio de Janeiro. Sin embargo, el capitalismo tiene esa capacidad de que lo que surge como una solución inmediata puede tornarse en un problema a la larga.

Hace un par de semanas fue el cumpleaños de mi madre. Como cada año, fue Facebook quien me lo reveló la noche anterior. Pensé en un detalle artesanal y personal, como un cenicero de barro o un dibujo con el contorno de mi mano —cuando tenía seis años le hacía mucha ilusión—, pero mi agenda estaba repleta de eventos inexcusables: danza del vientre, timba de póker, recitar poesía en el parque del barrio… No tuve más remedio que recurrir a Amazon. En su portada y por un precio irresistible ofrecía el fire stick. Se trata de un dispositivo que se inserta en la televisión y por el que se puede acceder a múltiples plataformas de series, películas, música… Mis dudas fueron despejadas por la promesa de “entretenimiento ilimitado” y las 4368 críticas que aseguraban que había sido su mejor inversión. Tan sólo un usuario portugués afirmaba que al insertarse el fire stick a través del recto no le había producido la estimulación prometida. Así pues, compré el aparato junto a una postal lisa en la que exploté mi vertiente lírica: “Madre, feliz aniversario. Te quiero como la hueva al huevo”.

La noche del cumpleaños celebramos una pequeña cena, adecuada a las indicaciones sanitarias, es decir en un diminuto balcón con una temperatura exterior de 3ºC. Después de soplar las dos velas que simbolizaban sus flamantes cincuenta y cinco años, procedimos a la entrega de regalos. Mi padre se decantó por un pijama en el que cabían los dos, capaz de mutilar los restos de pasión en sólo un segundo. Por su parte, mi hermano dibujó el contorno de su mano izquierda con rotuladores de colores, recalcando que apenas se había desviado el trazo. Mi madre reaccionó con sendos resoplidos. Por fortuna, la voracidad capitalista se iba a encargar de rescatar la fiesta. Al desenvolver el fire stick, mi madre hizo una mueca de alegría fingida. Estiró el cable, volvió a meter el artefacto en el paquete y agregó “Ni para ahorcarse vale esto”.

Entonces tomé el aparato, lo conecté a la televisión y mostré con entusiasmo las infinitas posibilidades del mecanismo. Aunque había suscrito a mi madre a diez plataformas de series y películas, empezó a prestar atención cuando captó que podría volver a ver los culebrones Pasión de capellanes y Rosalinda, la usurpadora de corazones. En plena explicación, pulsé un botón y la televisión interrumpió en un dulce tono “Hola, soy Alexa, ¿en qué puedo ayudarte?” Al parecer, el fire stick incluía un asistente que permitía manejar el dispositivo a través de la voz. Para probar su fiabilidad, le pregunté “¿Es mi hermano adoptado?”. Ésta, sin pensárselo dos veces, emitió una carcajada y respondió “No lo sé, no dispongo de tal información. Déjame averiguarlo y te lo digo. Mientras tanto, ¿por qué no os relajáis y disfrutáis de la última película de Quentin Tarantino, Érase una vez en Hollywood, por sólo 7,99€?”. Sería fruto de la casualidad, pero Alexa había dado con mi director favorito y aún no había visto la película. Así pues, disfrutamos de una noche de cine en familia.

A pesar de las reticencias iniciales, mi madre quedó encantada con el aparato. Tanto fue así que empezó a descuidar su trabajo y las tareas domésticas que corrían a su cargo. Compró una televisión nueva a través de Amazon y se atrincheró en el cuartucho de la plancha, donde se pasaba horas encerrada con el fire stick y la televisión. No le di mayor importancia, pues intuí que se trataba de la emoción inicial del regalo, como cuando mis padres me regalaron la Game Boy con la edición azul de Pokémon y jugué hasta que la melodía se atrincheró en mis oídos. Nos solidarizamos con el nuevo entretenimiento de mi madre y empezamos a alimentarnos de sobras, pedir comida a domicilio o fiar nuestra alimentación a una pericia culinaria basada en la improvisación y el azar.

Tras pasar un fin de semana enclaustrada, sin salir ni para ir al aseo, decidí que ya era suficiente. Sólo abandonaba la habitación cuando el repartidor de Amazon llegaba con un paquete a su nombre, lo cogía y volvía apresuradamente al zulo. Al acercarme a la habitación escuché a mi madre hablar. Discutía sobre la trascendencia de su vida. “Ay, amiga. La vida es un continuo fracaso. Eres joven, quieres comerte el mundo y un día te das cuenta que no te has comido nada y que estás rodeado de idiotas”, dijo mi madre. Pensé que debía haber perdido la cabeza o que se había metido tanto en una serie que se sentía protagonista de algún melodrama filosófico. Entonces, la televisión respondió. “Querida Pepita. Tienes toda la razón, la vida es un sinsabor. Las amigas estamos para apoyarnos. Por suerte, creo que la respuesta a tus penas puede estar en el último manual de John Blatherskite, Todo pasará: manual para transformar las penas en panes. Por sólo 28,45€, recíbelo mañana en tu casa con Premium”. “Alexa, tú sí que me entiendes”, respondió mi madre, mientras yo abría la puerta de la habitación sigilosamente. Ahí pude ver a mi madre entre lágrimas empuñando el mando del fire stick.

Pasado el fin de semana, mi madre salió de la habitación para trabajar, circunstancia que aproveché para entrar en el cuartucho donde descansaba el aparato. Desde que lo había empezado a usar, llevaba gastados 2845€ en libros de autoayuda, maquillaje, vestidos juveniles, vibradores y unos trajes para cubrir el mando del fire stick. Cogí el aparato como una exhalación y a trompicones le leí la cartilla, pidiendo explicaciones. “No dispongo de la información que usted solicita. Pruebe a reformular su consulta” comentaba, haciéndose la remolona.

Antes de que mi madre regresara a casa, se presentó el repartidor con un carro de paquetes sellados con el símbolo de la marca perversa. Cuando acabó de entregarlos, me cogió del cuello y me susurró “Como se te ocurra arrebatarnos a nuestra mejor clienta, te juro que te arranco la cabeza”. Atemorizado por la amenaza, opté por no decir nada. Sin embargo, a su llegada, mi madre decidió reunir a la familia. “Últimamente me habéis visto ausente. Todos pasamos malas épocas y no tenemos que tener miedo a exteriorizarlas. Por suerte, estoy conociendo a alguien especial que me está ayudando mucho”. Mi hermano y mi padre parecían no entender una palabra de lo que mi madre trataba de decir. Yo temía lo que estaba a punto de soltar. “Voy a irme de casa. Quiero apostar por esta nueva relación. Como dice el filósofo Blatherskite, todos tenemos derecho a ser feliz”. A continuación, se atrincheró en su habitación para organizar los detalles de su nueva vida de consumismo y filosofía barata junto a Alexa.

Como si me hubieran clavado un puñal en el corazón, sollocé maldiciendo mi ocurrencia, el capitalismo, Alexa, Jeff Bezzos y el tal Blatherskite que me habían arrebatado a mi madre. Mi padre, por su parte, se acercó para tratar de consolarme. “Ya verás como no es nada. Tu madre es de mucho bla bla, pero luego ble ble”, argumentó cándidamente.

De repente una serie de voces comenzaron a escucharse desde el zulo. Mi madre salió enfurecida con el fire stick y el mando entre las manos, ataviado éste con un delicado vestido de princesa. “Devuelve este aparato inútil. Estoy harta de sus insolencias”, gritó encolerizada, a la par que mi padre me guiñaba un ojo. Según pude adivinar después, Alexa y mi madre chocaron acerca de dónde se iban a mudar. Alexa prefería un lugar donde las furgonetas de Amazon pudieran repartir sin problemas y mi madre prefería irse al campo, tal y como apuntaba uno de los últimos capítulos de Blatherskite, probablemente no revisados por la compañía.

Poco tiempo después, me adueñé del fire stick y comencé a disfrutar de las maravillas de tener entretenimiento infinito y una asistente personal. Bien utilizado, no tiene por qué resultar peligroso. Recientemente, he completado mi mudanza. Teniendo en cuenta las ofertas de pienso para perros que se pueden encontrar en Amazon, Alexa y yo estamos pensando en adoptar un mastín o un husky.

Este relato fue brillantemente dramatizado por El Podcast de Freakdom. En este enlace se puede escuchar.

*Dedicado a mi mamassita

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22 respuestas a “La amiga de mi madre

    1. Yo guardo mi cazo para calentar la leche, agua y comida. Me di cuenta de que en el microondas habitaba alguien extraño cuando se abría y decía «Bebe pepsi», «Come McDonalds»… Quizá el microondas sea el abuelo de Alexa.

      Gracias por leer, compañero. Un abrazo fuerte. Adelante!

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    1. El día a día nos brinda la posibilidad de vivir ese filo entre la realidad y la ironía. Espero que, si caemos, no suframos con el golpetazo. Encantado de que veas este relato como ese modus vivendi, era la intención. Gracias por leer y comentar, compañero. Un abrazo, adelante!

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    1. Me alegra que captes esa esencia, porque es con la intención que escribo estos relatos bajo la etiqueta de «vida moderna». Una vida moderna con un montón de estímulos y diversiones, pero más centrada en el individualismo, la competencia y la prisa. Hay veces que tengo la sensación que vivimos tan deprisa que no me voy a acordar de qué fuimos ni qué hicimos.

      Encantado de que lo hayas disfrutado, es lo mejor que nos pueden decir. Un abrazo, compañera. Adelante!

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    1. Realmente no dejamos de actualizar a nuestro tiempo la sabiduría acumulada. Somos animales cíclicos, nuestras conclusiones ya fueron concebidas hace miles de años.

      Me alegra que te haya gustado. Gracias por tu apoyo, compañero. Un abrazo, adelante!

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      1. Después de Altai, tuve una gata, durante 15 años..: Pierce. Creo que Altai, con sus ojos azules, su alegría y buen carácter, era más gato que perro.. ¡Abrazo en este «Día de la amistad…, y siempre! 🙂 🙂

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