Todos los tontos tienen suerte. Por fortuna, a tierna edad ingresé en tan distinguido club en el que cada día voy sumando méritos para escalar en su ingenua pero competitiva jerarquía, dotándome de infinitas reservas de suerte a la par que ignominiosas desventuras.
Fruto de un convencionalismo social o una singular relación en la que prefiero no ahondar, acostumbro a ser el encargado de sacar la basura allá donde caigo. Mi técnica favorita es la del lanzador de martillo que busca marca para ir a las olimpiadas. Situado en un lateral, tomo aire con gesto de concentración, presiono con el pie la barra metálica, giro sobre mi posición tirando de las asas para hacer volar mis desperdicios y estos son engullidos por el contenedor. Una vez depositada la bolsa compruebo en un gesto instintivo que no he lanzado también mis llaves y que éstas permanecen en el bolsillo.
Anoche, tras cerrar el contenedor y hacer la verificación rutinaria, me encontré la sorpresa de que vestía pantalones de pijama y que estos carecían de bolsillos. Las llaves no estaban en su lugar habitual. Volví con la esperanza de haberlas olvidado en el portal, el ascensor o las escaleras, pero no tuve tal suerte. La puerta de casa me observaba cerrada a cal y canto. “Eres tonto. Eres muy tonto”, parecía decir de forma arrogante. Seguidamente, un flash con las llaves volando de mi mano al vacío atravesó mi mente. Tenía tres alternativas: bucear en el contenedor y pringarme de desperdicios hasta recuperar las llaves, pedir asilo a la vecina octogenaria o encontrar a un simpático cerrajero que tuviera ganas de hacer fortuna a costa de mi estupidez.
Opté por regresar al lugar de los hechos mientras mi pituitaria fantaseaba con un hedor a putrefacción que estuvo a punto de hacerme vomitar. Cuando abrí el contenedor descubrí al manojo y su llavero colgante suspendidos de un saliente metálico. Las llaves se balanceaban avistando un abismo de bolsas colmadas de espinas, huesos a medio roer, mayonesa pasada y otros restos derivados de la opulencia urbanita. “Eres tonto. Eres muy tonto”, parecían susurrar. Con una mezcla de vergüenza y alivio, vanagloriándome por la suerte innata que poseemos los tontos, liberé las llaves de su efímero extravío.
Quizá la suerte y la tontería sean conceptos indisociables. Un ser inteligente no habría lanzado sus llaves al contenedor, pero tampoco hubiera sido agraciado por la suerte en una noche cotidiana. Los logros de un ser inteligente siempre serán consecuencia del propio esfuerzo o de su peripecia y sólo en la desgracia maldecirá a la suerte. En cambio, el tonto es consciente de que él es el responsable del desastre. Quizá la tontería no se cree ni se destruya, sólo se transforme en suerte y viceversa.
Mientras trato de engañar a alguien con estas tonterías, procuraré llevar las llaves colgadas del cuello para ahuyentar futuras tentaciones y ponerme un cartel que alerte de mi torpe condición.

¿Seremos los tontos los únicos capaces de disfrutar la felicidad de los detalles pequeños, mientras los listos, inteligentes y poderosos se la pierden mientras están ocupados en sus empresas importantes?. Y yo, incluso en alguna ocasión las he tirado sin darme cuenta al cubo de la basura de casa!.
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Me sumo a esa conjetura. Hay una cierta inocencia arrebatadora en el ser tonto. También hay una serie de contraprestaciones, pero por qué arrebatar esa felicidad con una serie de convencionalismos. Un abrazo, compañero. Gracias por el apoyo. Adelante!
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Jajaja Fantástico ejercicio de humor. Hay que llevar cuidadooo…
Enhorabuena por el escrito Rafalé 👌
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Me alegra que lo hayas disfrutado, compañero. Un fuerte abrazo. Adelante!
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Sin duda me he sentido identificado además de estar bien escrito.
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Podríamos hacer un club bastante numeroso, controlaríamos el poder y seguro que peor que los que hay ahora no lo haríamos. Un abrazo, adelante!
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Sin duda me apunto… un abrazo
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Mi madre decía: «Dios protege al inocente»
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Todo lo que diga una madre es más que una verdad: es un dogma 😉 Un abrazo compañera. Adelante!
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Uno grande de vuelta, Rafalé.
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Yo soy de los tontos que se dejan la llave dentro de casa, saludos!
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Uno de los grandes temores contemporáneos, pero por suerte, o falta de ella, no lo he sufrido aún. Ahí sería conveniente tener todas las puertas abiertas y no usar nunca más llaves 😉 Un abrazo, compañero. Adelante!
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Reblogueó esto en eljuntadordepalabras.
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Muchas gracias por la difusión, compañero. Un fuerte abrazo, adelante!
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Pero es que, seamos francos… ser de otra forma sería muy aburrido
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Es un motivo más que de peso para seguir reivindicando esta salvaje condición, además de las historias que contar. Gracias por leer y comentar. Un fuerte abrazo, compañero. Adelante!
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Gracias por la difusión, compañero. Un fuerte abrazo, adelante!
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Encantado, un abrazo!
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La suerte del tonto es un bien escaso en el inteligente… me ha gustado mucho tu relato. Saludos.
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Hay veces que la arrogancia nos priva de disfrutar de grandes fuerzas de la naturaleza. Gracias por las bellas palabras. Un abrazo, compañera. Adelante!
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Una vez me sucedió con los espejuelos, parecía loca buscando por toda la casa sin éxito alguno, ya cansada voy algo incómoda a preguntarle a mi nieto, tal vez él los había visto y él, con su cara inocente me responde… abuela tienes los espejuelos puesto, ¡seré tonta! Ahora, antes de buscarlos toco por si los llevo puesto. Me reí muchísimo con tu historia, no lo conozco, pero lo imaginé intentando alcanzar las llaves. 😆😂🤣
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Sin duda ese gesto instintivo es un síntoma de inteligencia. Lo celebro, gracias por compartir la anécdota. Me alegra que te hayas reído y disfrutado. Un fuerte abrazo, compañera. Adelante!
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Felizmente no eres San Pedro, sino, tu con el portòn cerrado por dentro, y todas las almas buenas, a pedir asilo en el infierno.
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Estaría halagado de tener en mi poder las llaves del Cielo, pero como bien indicas es una responsabilidad demasiado grande y acabaría entrando gente muy extraña y los piadosos entre llamas. A veces ser un don Nadie tiene sus ventajas. Un abrazo, compañero. Adelante!
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