Relatos · Vida Moderna

El sábado por delante

Es sábado. Los rayos de sol entran por las ventanas de la buhardilla y se empeñan en interrumpir mi plácido sueño. El reloj está a punto de dar las ocho. Me siento rebosante de energía. Decidido, despierto para aprovechar el sábado que tengo por delante. Mientras tomo café, una marabunta de planes atractivos revolotean en mi mente. Componer un soneto, ir a la montaña a coger setas, hacer y tender dos lavadoras, escribir cartas a amores marchitos, asistir a un concierto de orquesta de cámara, salir a cenar a un restaurante fino, adoptar un cerdo vietnamita, decidir mis últimas voluntades…

Tomo papel y boli y medito con sosiego una lista de actividades para el sábado, acompañadas de sus respectivos horarios. A las nueve pondré una lavadora; su suave balanceo inspirará versos que reivindiquen el amor inocente y la ilusión juvenil de disponer de tiempo infinito; enviaré la composición manuscrita a Carlota, Melisa, Bonifacia y Venancia, mis amores no correspondidos de la juventud; tendida la colada, marcharé a las montañas de alrededor en las que recolectaré dos o tres kilos de níscalos; a las dos prepararé un banquete de hongos salteados y visionaré un par de capítulos de una serie lituana sobre un fontanero que pretende ser astronauta; a las cuatro leeré poesía, a las cinco narrativa y a las seis autoayuda; a partir de las siete me engalanaré para estar puntual a las ocho en la Bodega del Tío Dionisio, en la que engulliré y pimplaré hasta perder el conocimiento. Estoy radiante de felicidad. Tengo todo el sábado por delante. Sin lugar a duda, la clave para conseguir las metas es el orden y el realismo.

La euforia inicial se esfuma al comprobar que son las nueve y media. Trato de mantener la calma y opto por aplicar un programa de lavado corto que me permita ceñirme al horario. Aun en el hipotético caso de retrasarme con el primer plan, todavía tengo todo el sábado por delante. No obstante, descubro con horror que en mi lista he olvidado incluir una actividad tan esencial como nimia: hacer la cama. Me lanzo raudo a hacerla, pero al agarrar las sábanas me aborda una cuestión nada trivial: ¿realmente he de hacer la cama? ¿Podría disfrutar de un sábado completo con la cama revuelta? De nuevo, tomo papel y boli y en la parte posterior del listado trazo dos columnas encabezadas con las palabras hacerla y no hacerla. Como ventajas de hacer la cama anoto que aporta armonía y paz a la casa, que es una meta asequible, que es una actividad que requiere de apenas un puñado de segundos y que me daría un impulso anímico nada desdeñable. No obstante, en la columna derecha razono que la cama no es un ser vivo, que ni siente ni padece, que es necesario dejar a las sábanas oxigenarse y asalvajarse, que cualquier segundo es vital para gozar de un sábado completo y que para dormir volveré a deshacer la cama, haciendo inútil el esfuerzo anterior.

El razonamiento esgrime un empate técnico entre ambas alternativas. Estoy completamente paralizado por la encrucijada. Son las diez y media y todavía no he tachado ni una de las tareas de mi lista. Trato de no perder la calma, pues aún tengo gran parte del sábado por delante. Me conecto a Internet y escribo en el explorador hacer o no hacer la cama. Un artículo publicado en un medio generalista argumenta que no es bueno hacer la cama por motivos de higiene, citando un estudio de la Universidad de Kingston; no obstante, señala una psicóloga reconocida que sí es bueno para la salud emocional. Necesito respuestas más claras. Salto a un vídeo de un youtuber hondureño totalmente en contra de hacer la cama al ser una práctica satánica, rebatido por un influencer vietnamita que asegura que Buda señaló que hacer la cama es la única forma de encontrar la paz interior. Con un par de clics termino en un vídeo titulado ‘Cómo hacer el amor y enloquecer a un hombre en la cama para que se haga adicto a ti’.

Son las doce. La presión que ejerce el paso del tiempo me estimula a pensar con lucidez. De repente, aparece una brillante idea. Llamo a mi madre para pedirle que suba a la buhardilla y me haga la cama. “Cariñitito, lo siento. Estoy en una playa nudista, disfrutando del sábado, con los del club de ganchillo. Si no se complica la cosa, puedo subir esta tarde a hacértela”. Impotente y abandonado, cuelgo el teléfono. Me resigno a mi destino. Intento sacar fuerzas de flaqueza, anoto en la lista la tarea de hacer la cama y, en unos dieciséis segundos, la cama está hecha. Bien es cierto que el nórdico muestra infinidad de arrugas, que el lateral derecho cuelga hasta tocar el suelo, que la parte superior no es paralela al colchón y que las almohadas están apiñadas ofreciendo una imagen de desaliño. Exultante por la hazaña conseguida, tacho de mi lista hacer la cama. “Tengo mucho sábado por delante”, clamo victorioso.

La euforia da paso a la complacencia y decido recompensarme con una rápida siesta que recomponga mis fuerzas. Para ello, deshago la cama e introduzco mi cuerpo con sumo cuidado de no deshacerla. Al despertar, dispuesto para acometer mi extensa programación, compruebo con total estupefacción que la cama está deshecha y que mis titánicos esfuerzos han sido en balde. Son las tres de la tarde y me muero de hambre. Decido sustituir la recolección y el salteado de setas por una pizza con champiñones a domicilio y posponer el análisis de la situación a tener el estómago lleno. En el peor de los casos, aún tendría casi medio sábado por delante.

Dos horas después de realizar el pedido, el repartidor llama para pedir más señas sobre la ubicación de mi hogar. No había contado con el hecho de que cada vez hacen más inútiles a los repartidores y que la buhardilla por sí sola, sin precisar su dirección, puede resultar una información insuficiente. Dentro de mi planificación de sábado tendría que haber reparado en que todo lo que no dependa de mí es susceptible a retrasarse. Una vez entregada, para no perder más tiempo, engullo con ansia la pizza con champiñones, la cual está fría y tiene textura de neumático de camión. Son las seis de la tarde.

Tomo aire y confío en que esta vez encararé el sábado con determinación. Resignadamente, asumo que no cumpliré la lista de tareas original y confecciono una segunda, más realista y que tenga en cuenta que los sábados fueron diseñados como un elemento de esparcimiento. En la nueva lista se mantiene el hacer la lavadora, la composición de un soneto, la lectura de ‘El idiota’ de Fiódor Dostoyevski y concluir el sábado con una agradable velada en el Bar del Tío Dionisio. Todavía tengo sábado por delante, suspiro aliviado. Giro la cabeza y me encuentro con la cama revuelta que me observa desafiante. Había confiado en que la cama tomara un poco de conciencia del problema que estaba ocasionando y se hiciera por su cuenta. No obstante, además de poco versada, vivimos en una sociedad excesivamente cínica, donde los individuos, como la cama, eluden sin reparos su responsabilidad.

He de tomar una posición. Detrás de la segunda lista de tareas, elaboro un listado de pros y contras de hacer la cama. Consulto internet y llamo a mi madre, quien ahora está haciendo ganchillo en un club de nudistas. No atisbo claridad en mis pensamientos. Abro una botella de vino tinto peleón e ingiero un vasito. Sigo sin atisbar claridad. Ingiero otro vaso y otro hasta vaciar la botella. Envalentonado, resuelvo no hacer la cama y por tanto no incluirlo en mi segunda lista de tareas.

Embargado por una alegría empujada por la embriaguez, pongo música moderna y bailo con torpes movimientos hasta caer en el suelo. “Todavía queda sábado por delante”, repito a carcajadas. Una modorra súbita me apresa. Cuando siento frío, me meto en la dichosa cama y duermo plácidamente.

Los rayos de sol entran por las ventanas de la buhardilla y se empeñan en interrumpir mi plácido sueño. El reloj está a punto de dar las ocho. A pesar de la ligera resaca, me siento rebosante de energía y con ganas de hacer cientos de planes. Decidido, despierto para realizarlos. Tengo todo el domingo por delante.

Segundo premio XXIII Premio de Narrativa Breve Géminis

Relato incluido en el Número 36 de Papenfuss

33 respuestas a “El sábado por delante

  1. Felicidades por tu premio bien merecido!!! La única pega que pondría al relato es no incluir a las monjas con las que realizas la actividad de zumba, ni contar las entrañables pelusas en la lista de actividades del sábado. Pero, ya lo dices tú muy bien que es imposible cumplir con todas las expectativas. Por eso te lo perdono y me alegro de que al menos tuvieras un buen descanso. Adelante con la escritura compañero! 😊

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      1. Las pelusas se adhieren ligeramente a ti, sufres una especie de metamorfosis kafkiana pero interna jajajaja. Otro abrazo para ti, compañero! No tengo muchas manías al respecto pero la gente se suele dirigir a mí en femenino 😉

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  2. ¡Mis felicitaciones por el premio! Menudo relato. Me ha gustado muchísimo. Es ingenioso y, como siempre me sucede con lo que escribes, da mucho que pensar y eso es bueno porque reaccionan las neuronas.
    ¡Mucho ánimo y gracias por esar ahí!
    Un fuerte abrazo.

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    1. Me gusta pensar que de las situaciones más someras se puede extraer una digna historia y una pequeña discusión sobre nuestra errante existencia. La mayoría de veces nos quedamos en la superficie o en la capa de las buenas intenciones, pero otras las historias encuentran el acomodo de ojos amables, como el caso. Celebro que te haya gustado, compañero. Muy amable. Un fuerte abrazo. Adelante!

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