Es increíble lo bien que rota el planeta Tierra con la cantidad de imbéciles que lo habitan. Me despierto y tomo un café mientras la radio desliza las noticias. Pregonan una nueva extinción, la última ya no la mencionan. Corro a la parada del autobús, pero el conductor decide pasar de largo regándome con el agua embarrizada de un charco. Entro en la oficina un minuto más tarde del horario previsto. Mi compañero hace como que trabaja y me restriega que pasó el fin de semana en un parador a cuerpo de rey, mientras recuerdo que lo más emocionante que hice fue olvidar el teléfono móvil en la lavadora. El jefe me llama a su despacho furioso por el retraso. Además no le gusta mi anterior informe y me exige uno nuevo de forma urgente. Le pido amablemente que señale qué análisis están errados o con qué puntos no está de acuerdo. No lo ha leído, confiesa con una sonrisa, pero sostiene que disfruta torturándome.
Acabo la jornada dos horas después de lo convenido y corro hacia el supermercado antes de que cierre. Una señora de edad avanzada que se mueve en tacataca intenta colarse en el puesto del pescado. Con delicadeza le aviso que estoy antes. Se arma una bronca y he de retirarme de allí recibiendo abucheos y gritos de desalmado y mataviejas. La anciana en cuestión se despide dirigiéndome una peineta. Me retiro con la bolsa de la compra vacía, pero encuentro consuelo en la idea de que está sobrevalorado eso de alimentarse todos los días. Llego a casa y encuentro a mi compañera de piso en el sofá pintándose las uñas y escuchando heavy metal finlandés a todo volumen. Antes de saludarla, me recuerda que le pone muy nerviosa cómo ordeno la cubertería y el menaje. Los tenedores tienen que apilarse formando un ángulo de ochenta grados, vocifera y añade que está harta de repetírmelo. La casera, por su parte, anuncia una nueva subida del alquiler. A punto de cumplir cuarenta años y todavía vagabundeando entre lo más granado de la fauna humana.
Para buscar ánimos llamo a mi pareja, quien vive a cientos de kilómetros, pero se molesta. Me recrimina que siempre estoy hablando de mí y que no me importa nada de lo que le pase a ella. Sin poder replicar, me pide que nos demos un tiempo y cuando acepto la proposición, sin entender qué significa, me confiesa que lleva un mes acostándose con el Antonio, un amigo mío de toda la vida. Recibo un mensaje de mi madre. Dice que vamos a ser millonarios, pues ha invertido los ahorros familiares en una criptomoneda llamada Timocoin.
Definitivamente, el mundo se ha vuelto imbécil. La impotencia y la resignación me devoran. No puedo cambiar nada. Entro en el cuarto de baño y me miro en el espejo. Grito hasta desfondarme los pulmones. Ahora más tranquilo lo comprendo todo. Todo está bien, el mundo es así. El único imbécil soy yo.
*Presentado sin éxito al concurso de relatos de humor Lamucca.

Negro. Muy bueno. 👌
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me alegra, compañero. El negro es un color denostado, pero tiene un encanto especial. Siento un gran aprecio por la gente que también le tiene. Un fuerte abrazo, compañero. Adelante!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Ah!, el mundo… y eso, ¿que importa?
Me gustaLe gusta a 1 persona
Parece que poco, el ser humano tiene una gran capacidad de adaptación respecto a la imbecilidad . Un fuerte abrazo, compañero. Adelante!
Me gustaLe gusta a 1 persona
¿Es un mundo del revés? Quizás ahí esté su felicidad. Como siempre, puro ingenio.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Parece que la imbecilidad es un motor de inversión, de delante hacia detrás, de arriba a abajo y del todo a la nada. Me alegra que te haya gustado, compañero. Un fuerte abrazo, adelante!
Me gustaMe gusta
¿Pero en qué estarán pensando los de Lamucca, Rafalé? Muy bueno. Te consuela de nada, lo que siempre es muy cuentístico, chejoviano. Un abrazo, adelante compañero.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Somos un país que nos gusta mucho el chiste y el cachondeo, seguro que habían relatos mucho mejores que el mío. Tenía la posibilidad de leer los seleccionados, pero he renunciado, no merezco tal sufrimiento 😊 Me alegra que te guste, compañero. Un fuerte abrazo, adelante!
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Ellos se lo pierden! Y nosotros que lo ganamos. 🙂 Por cierto, que estoy a un cuarto de hora de hacerte una proposición la mar de indecente. 🙂 ¡Abrazo, compañero!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Siempre pienso lo mismo: relato de concurso a la mierda, pero entrada al blog de gratis 😉 La he visto, compañero. Te respondo en breve. Mil gracias, compañero. Un fuerte abrazo, adelante!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Eso es: nosotros ganamos. 🙂 ¡Adelante!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Hola Rafalé, hace tiempo no pasaba por tu blog. El aire fresco que necesito, me encanta tu ironía que me da un sopapo en la cabeza que me recuerda que deje de escribir de política y haga algo como lo tuyo. Abrazo
Me gustaLe gusta a 1 persona
Encantado de verte por aquí, compañero. Pásate cuando quieras. Eres muy bien recibido. Me alegra que te haya gustado el sopapo. Un fuerte abrazo, adelante!
Me gustaMe gusta
Gran relato, donde la ironía llega a ir de la mano de este incomprensible día a día… 👏👏👏
Me gustaLe gusta a 1 persona
Encantado de que te haya gustado, compañero. Un fuerte abrazo. Adelante!
Me gustaLe gusta a 1 persona