Reseñas

El infinito en un junco — Irene Vallejo

Generalmente, no suelo leer libros de moda. Intento no hacer nada que de la noche a la mañana se haya convertido en un fenómeno de masas, ya sea del mundo artístico o del prosaico. Desagraciadamente, el vivir en sociedad me hace complicado ser consecuente con mis estupideces. En el caso de El infinito en un junco de Irene Vallejo había leído grandes comentarios firmados por otros compañeros a los que tengo en estima, refrendados por unas impresionantes ventas y un lugar privilegiado en todas las librerías nacionales. De hecho, en cierto momento de la vorágine de popularización sentí la sensación de que si no leía el susodicho libro estaría fuera del mundo de las letras y quizá de la sociedad. Ahora que lo he leído, ya puedo afirmar que sí, que vale la pena, pero que tampoco es para fliparse tanto. Aunque bien pensado, no existe nada que sea para fliparse tanto y que me he convertido en un amargado escribiendo tales afirmaciones.

El comienzo de mi lectura de El infinito en un junco coincidió con mi viaje a Namibia en soledad y, aunque ya lo había prejuzgado, en pocas páginas me hizo cambiar de parecer. Nunca me sentí solo mientras leía. Irene Vallejo propone un exhaustivo estudio acerca de la aparición y el desarrollo del libro, dividiéndolo en dos extensas partes ambientadas en la Antigua Grecia y el Imperio Romano. La narración se estructura en un sinfín de pequeñas anécdotas acerca de los primeros materiales para construir libros, cómo constituyeron una cultura propia, la motivación de los primeros escritores, la creación de las primeras bibliotecas, librerías, el trabajo de los copistas, la proliferación del lenguaje poético… Además de un riguroso entramado histórico, Vallejo salpica la narración mediante algunos paralelismos con la actualidad. Aunque el cometido inicial se antoja muy ambicioso, la autora mantiene el pulso durante todo el ensayo. Quizá, como he oído decir en boca de un compañero, la única pega es que para describir el infinito se han omitido las aportaciones de China, India o la civilización maya. Quizá eso de jugar a capturar el infinito, para una persona de letras, fuera una empresa un tanto presuntuosa.

No obstante, el elemento que hace único a El infinito en un junco es la voz narrativa. Esta es cercana, cálida, como si hubieras quedado con un amiga en un bar a tomar cerveza. Para ello, Vallejo no duda en introducir sus propios recuerdos personales en los que los libros aparecen como elementos protagonistas, ya sea de niña, de estudiante universitaria o como investigadora. Además, alterna las citas a escritores clásicos como Hesíodo, Platón, Moliére o Cervantes con otras referencias más contemporáneas de la talla de Leila Guerriero, Rosa Montero, Jesús Marchamalo o Luis Landero, lo que deja entrever la enorme voracidad lectora de la zaragozana, especializada en filología clásica.

He de admitir que superado los recelos iniciales y cimentada una agradable amistad con la narradora, el ensayo me descolocó y empecé a ponerme nervioso al no intuir hacia dónde se dirigía El infinito en un junco. Supongo que esta sensación es producto de la histeria de los tiempos, del utilitarismo que necesitamos extraer de nuestras experiencias. Algo así como ese alumno que sin tener la más remota idea de geometría pretende saber cuál es su utilidad, recelando de la experiencia del maestro o, como en este caso, la magnífica escritora. Sin entrar en pormenores, he de anticipar que no hay un destino concreto, que lo único que debe hacer el lector es maravillarse con la prosa exhibida y la belleza que mana de esta parte de la historia de la humanidad.

Con la excusa de ahondar en los libros, los capítulos están acicalados con reflexiones de calado acerca de la sociedad actual, porque una de sus capacidades principales es la de reflejarnos de forma fidedigna. Entre otras, suscribo la de que el humor constituye un lenguaje que puede ser revolucionario dada su transversalidad. También comparto la opinión de la autora acerca del error que supone censurar obras procedentes de contextos pasados con los ojos de hoy en día, como ejemplifica la reciente revisión del lenguaje que contiene el clásico Huckleberry Finn. Vallejo señala que si eliminamos elementos que recuerden la maldad pasada no seremos capaz de identificarla en nuevos contextos. Añadiría que si también eliminamos la frustración y el esfuerzo, terminaremos por derrumbar parte de lo que hemos construido y aún hoy vale la pena.

Asombrosamente, para ser un bestseller, El infinito en un junco desliza algunas teorías acerca de la interiorización de las tesis capitalistas dentro del pensamiento contemporáneo. Es más, el ensayo recuerda que todo progreso es fruto de la esclavización y la opresión de algún grupo, tal y como ilustra el despegue del Imperio Romano, la época colonizadora o nuestro amado neoliberalismo en los que por cuatro duros uno puede comprar unos jeans made in Taiwan y esclavizar a un tipo que se mueve en bicicleta porque el fin de semana no nos apetece cocinar. Supongo que los mismos grupos editoriales que imprimen tales verdades son conscientes de que estas son totalmente inofensivas o que las están neutralizando de alguna forma.

Y así pues, con la sensación de haber encontrado una franca amistad en Irene Vallejo tanto como para invitarla a cenar croquetas en casa mientras vemos Caso cerrado en televisión, rubrico su tesis: toda la historia de la humanidad cabe en un junco.

17 respuestas a “El infinito en un junco — Irene Vallejo

  1. Eres demasiado complaciente con tu colega, Rafalé. Que una persona tan instruida ignore a las culturas china e india es patológicamente eurocentrista y groseramente incompleta. Además, los egipcios hicieron la pirámide de Keops hace unos 4600 años, cuando vosotros los españoles se basaban en la cultura Neandertal (dicho con cariño y respeto por mi amada madre patria, que trajo un dios y un idioma -de eso ya había bastante en este continente, pero los beneficiados de entonces deben haber estado felices por los regalos-). Hacer una pirámide es fácil, si cuentas con todo un pueblo trabajando en ella durante unos cuantos años; lo admirable es su ingeniería interna, para la cual debieron necesitar planos e instrucciones escritas. Lo más sorprendente es que olvidéis a la cultura árabe, con quienes tuvisteis una larga convivencia y algo deben haberos aportado. Después, claro, que mis ancestros italianos (también tengo algo de esa sangre) os sacaran finalmente de la cultura N.
    Que le 23 se haga justicia y ganes el concurso. ABRAZOS.

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    1. Llevas razón, compañero, somos excesivamente complacientes y olvidamos la rigurosidad que conlleva hablar de la historia. Efectivamente, las contribuciones árabes se han olvidado, aunque intuyo que en la Madre Patria ya había sido introducida previamente por otras civilizaciones anteriormente. Supongo, como citaba en la reseña, que eso del infinito es un poco pretencioso. Ahora bien, prefiero la finitud. No me imagino escalando las infinitas paredes, por muy interesantes que sean.

      Mil gracias por la puntualización y la amabilidad, compañero. Te mando un fuerte abrazo. Adelante!

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      1. Yo también prefiero la finitud. Suerte que descubriste sus beneficios siendo jóven, a mi me llevó 3 décadas más empezar a disfrutar lo que me hace bien sin intentar en forma maníaca entender hasta su más pequeña partícula subatómica.
        Yo quiero tener una noción de qué es ser humano y cómo es el universo; pero para conseguir las piezas de ese rompecabezas gigantesco me basta con los primeros párrafos de la Wikipedia. Baso mis creencias en lo que veo, en cosas, experiencias y personas sobre las que hay evidencias -Creo en Darwin-, y en la Ciencia; pero la Ciencia es un instrumento de intereses comerciales, indiferentes a los intereses humanos. Por ejemplo, es pervertido gastar inmensas fortunas para averiguar si hubo vida en Marte y si hay vida inteligente más allá cuando hay tanta vida agonizando y muriendo en nuestro planeta.
        Entre paréntesis, es obvio que «El infinito en un junco» es un título poético. Por lo que cuentas, Irene Vallejo es parcial, no psicótica.
        Que sigan los éxitos. Disfruta; e ignora los comentarios, insinuaciones y actitudes negativas. Yo quise ser escritor y conozco la base del ambiente literario. Hay envidia y resentimiento en muchos/as que pagan para imprimir sus libros, se ponen nerviosos cuando olfatean talento. Peores son los que fueron publicados por editoriales e ignorados hasta por la mamá, terminan siendo críticos literarios o miembros de jurado en concursos. El gueto se autosustenta. No vendemos porque la gente ya no lee. Quid pro quo, «yo te elogio, tu me elogias», y armamos nuestra burbuja de exitosos desconocidos.

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      2. Retratas el circo literario, mejor de lo que podría hacerlo nunca, compañero. Supongo que el sistema establecido es una especie de pirámide en la cual todo el mundo quiere escalar trampeando lo más honestamente, para ello no importa el halago fácil o la deshonestidad. Supongo que una posible forma de atajarlo es relativizar todo, no creerse tan importante o disfrutar con poco. No es fácil, por eso me gusta de vez en cuando saborear el barro.
        Mil gracias por tus valiosas y descarnadas reflexiones. Da gusto encontrarse en la finitud.
        Un fuerte abrazo, compañero. Adelante!

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      3. Eres un chaval que promete, es probable que cuando seas adulto puedas relatar casi tan bien como yo.
        Te dije algo sobre tu mirada en una foto que no tiene nada que ver con la realidad. Extrañamente se me superpuso la mirada de alguien que me impactó. Tienes mirada de predador potente. El problema es que no eres un cínico narcisista como el magnífico Wilde. En tu sarcasmo puede entreverse desilusión, pena y enojo. Para proteger ese flanco débil sería bueno que construyeras un personaje estilo Wilde. Al final del estreno de una obra suya, el público pidió que se presentara el autor. Él les dijo: «Espero que hayáis sido capaces de disfrutar de mi obra tanto como disfruté yo al escribirla».
        Recién me entero que hoy es 24 y que ayer fue la presentación de tu libro. Me hubiera gustado estar allá, pero tendría que haber vendido un órgano para pagar el pasaje y la estadía. Todavía no llega el futuro de gloria que me prometieron para la patria cuando era un niño.

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      4. Es difícil que el personaje del autor tenga consistencia. Por eso me gusta engalanarme con disfraces de payasos o esas horribles camisas con estampados florales. Supongo que, poco a poco, ese impostor se irá amoldando y le perderá el respeto al enojo y la pena para abrazar el cinismo. No me importa mucho qué será, porque estoy plenamente convencido de que será bueno.

        No vendas un órgano amigo, más pronto que tarde nos cruzaremos y será un placer charlar y aprender de tu generosa sabiduría y tu autenticidad.

        Un fuerte abrazo, compañero. Adelante!

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      5. NO, Rafalé; aléjate del cinismo. Es algo frío y distante. En tus fotos y en tus escritos veo una persona buena, amable, sin resentimiento ni agresividad reconcentrada (como la mía, acumulada tras haber recorrido la vida el doble que tú, encontrando más de lo mismo). Perderías todo eso si fueras cínico. Y no es algo que se pueda adoptar, está en tí o no. Sí es probable que pierdas la diplomacia y tu narrativa con los años se vuelva corrosiva; tampoco eres Bambi. PD: No exageres, tus camisas a mí me gustan. Está bien bañarse e ir bien presentado a un evento especial. Hay que celebrar. Rompe la magia si vas con un saco viejo y arrugado, y una mancha en la remera; como se presentó alguien en alguna parte a recibir un premio recientemente.

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  2. Este libro está en mi pila de pendientes. He escuchado buenos comentarios sobre él de personas a las que respeto como lectores.
    Sobre el debate del infinito, creo que es buscarle tres pies al gato. Es un títuilo poético y debe quedar claro para todos que el infinito es infinito, así que pongamos la atención en la sustancia.
    Entiendo que el proyecto original era mucho más amplio y la editorial le pidió que lo acotara. Por ahí creo que viene otro volúmen, si bien la autora ha dicho que no se trata de una segunda parte, ni nada parecido.
    En fin, ya te contaré mis impresiones cuando finalmente lo lea.

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