Vida Moderna

Viajando en el tiempo (El Drogas – Gira 40 Aniversario Barricada)

El pasado sábado viajé en el tiempo. Concretamente a mi adolescencia. Fue de la mano de El Drogas y su gira conmemorativa por el cuarenta aniversario de Barricada, la banda que él fundó en Pamplona y lideró hasta convertirla en una de las referencias más destacadas del rock en castellano. Por lo que a mí respecta se trata del grupo que más me ha marcado, ese que no me hubiera importado tatuarme en un arrebato de inmadurez y al que seguí tanto como mis exiguos medios y restricciones de chaval me permitían. No soy de las personas que suelen añorar ni romantizan el pasado, prefiero mirar hacia delante, pero era inevitable que miles de recuerdos sacudieran mi cabeza.

El concierto se celebraba en una de esas naves de polígonos del extrarradio, donde imperan leyes muy distintas a las de la ciudad. Allí es obligado mear sobre la acera, se puede aparcar en los huecos reservados para personas discapacitadas, se bebe kalimotxo sobre los capós mientras las canciones que van a sonar en pocos momentos atruenan desde el interior de los coches. Acudí solo. No soy de esos sicópatas que piensan que alguien va a perder su tiempo juzgando la soledad ajena. Siendo un concierto conmemorativo de un cuarenta aniversario no era de extrañar que las crestas, melenas y rastas de otra época hayan desaparecido en favor de las canas, calvas, injertos made in Turquía y arrugas. La edad media de los asistentes debía oscilar la cincuentena. Me gusta moverme en esos ambientes y comprobar que tengo un número alto en la cola para ingresar en el infierno.

En un concierto de rock es norma sagrada demorar al máximo la entrada a la sala, saltándose al telonero si lo hubiera o incluso aparecer en la tercera y la cuarta canción. Es un símbolo de prestigio entre los rockeros. El protocolo exige situarse en las primeras filas, pero yo escogí el lateral esperando que se sucedieran los pogos y entonces me pudiera inmiscuir entre el gentío. Al sonar las notas de ‘La silla eléctrica’ hizo su aparición El Drogas, un tipo que supera holgadamente los sesenta, ya abuelo, pletórico de energía y voz y que se menea como si aún tuviera veinte años. Enrique Villarreal, como se llama en realidad, es un tipo que he amado y odiado muchas veces, pero que no deja de ser un ser humano que va al wáter todos los días como los demás. Enseguida vinieron recuerdos de mi primer concierto de Barricada, cuando tenía quince años y quería dármelas de adulto, y el pogo me absorbió sin que pudiera encontrar jamás salida. Ahora la gente prefiere ver el concierto tranquila, se disculpa si te rozan o se siente violentada si un desconocido busca complicidad en un estribillo. De vez en cuando alguien levanta las manos o secunda un solo de guitarra agitando la cabeza.

A mitad del concierto me sentía saciado de rock y de recuerdos, pero la banda no daba tregua. Si algo ha caracterizado a Barricada es su entrega. Es inevitable pero, dentro de mi personalidad de sociólogo frustrado, siempre acabo pendiente de lo que hacen los de alrededor mientras continúo meneando los labios mecánicamente para demostrar que soy un seguidor digno de pureza. Los asistentes del concierto hacían cosas muy raras: videollamadas para enseñarle al primo del pueblo el careto de El Drogas, grabarse a sí mismo cantando y bailando —¿para ponerlo en la cena de Nochebuena? ¿para subirlo a las redes sociales? ¿acaso no tienen dignidad?— o pedir tres cervezas para no tener que volver a hacer la cola de la barra. Había algo en mi cabeza que no me permitía disfrutar. O quizá fuera mi forma de disfrutar. De repente empecé a pasar frío y ajusté los botones de la camisa, cuando en otra época estaría bañado en mi sudor y el proveniente de otros torsos desconocidos.

El Drogas y sus chicos proseguían con el show y repasaban temas de los no habituales, lo que un fan de verdad agradece y lo que identifica a los falsos que sólo conocen las tres o cuatro canciones típicas. Las adaptaciones estaban esmeradas, el sonido era genial y el público estaba entregado. No obstante, algo faltaba. No teníamos veinte años, el ardor del kalimotxo no danzaba entre el esófago y la garganta. Y, por supuesto, aquello no era Barricada. Faltaba el Boni, faltaba el Alfredo y faltaba el Ibi. Aquellos momentos mágicos que vivíamos pensando que nunca acabarían ya se han esfumado. Da vértigo sólo de pensarlo. Después del bis me fui posicionando hacia la salida para no coger tráfico y a las doce en punto ya estaba en el sofá de casa buscando un buen documental de La2. En esta ocasión tocó sobre el apareamiento de la cigüeña blanca. Antiguamente, hubiera bajado andando al centro, en bus o haciendo autostop a buscar algún garito «hasta que el sol me diga que es de día».

Está bien eso de brindar por la nostalgia. Me agrada ver a viejos héroes de vez en cuando. Menos mal que quedan diez años para celebrar el cincuenta aniversario de Barricada.

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2 respuestas a “Viajando en el tiempo (El Drogas – Gira 40 Aniversario Barricada)

    1. Supongo que conforme pasan los años nos vamos cargando de nostalgia y, de vez en cuando, aunque intentes rehuirla por todos los medios, siempre te alcanza y te asesta una buena dosis de realidad. A ver si los científicos se ponen a trabajar en serio y sacan algún tipo de vacuna que nos mantenga protegidos. Un fuerte abrazo, compañero. Felices fiestas y mucha salud. Adelante!

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