Vida Moderna

Isabel, Mario y yo

Devastado. Así es cómo me siento después de enterarme de que Isabel y Mario han roto su relación sentimental. Me refiero, por si hubiera duda, a Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa. No sólo me entristece por la belleza que producía ver una pareja rebosante de amor puro, estilo y distinción que contraponía a la mendicidad de buen gusto e intelectualidad en la que estamos sumidos. Me apena también por lo que Isabel y Mario me han dado en estos ochos años de noviazgo.

Mi relación con Isabel y Mario comenzó en la época en que pretendía torpemente ser escritor de masas. Una vez finalizada la redacción de mi primer manuscrito, titulado El discreto héroe, decidí probar suerte presentándolo a las grandes editoriales. Ninguna contestó. No obstante, al cabo de un año, un sábado al filo de la medianoche, mientras me preparaba para ver la sesión de cine golfo de la televisión local, apareció en mi casa un tipo que afirmaba ser representante de Alfaguara. El desconocido lucía cabellera blanca, rostro arrugado y una dentadura blanca como la nieve a pleno sol. Vestía con traje desgastado con los primeros botones de la camisa desabrochados y su corbata parecía una culebra con vida propia. Su cuerpo desprendía una mezcla de Nenuco y pisco sour. El sujeto aseguraba que era un autor reputado, premio Nobel, marqués y miembro de la Real Academia Española. Su nombre, confesó haciéndose el interesante, era el de Mario Vargas Llosa. Al responder que no sabía quién era y pedirle amablemente que me permitiera continuar con mi rutina sabatina, éste montó en cólera, me apartó con violencia y pasó al salón.

Allí Mario me puso al corriente de su dramática situación. Al parecer su carrera literaria se había estancado, pues sostenía haberse convertido en una reliquia del pasado. Afirmaba que le había impactado mi manuscrito, El discreto héroe, el cual había encontrado rebuscando entre los descartes de su editor. Aquel libro relataba la historia de un escritor anónimo que conseguía el reconocimiento de público y crítica diversificando su actividad literaria en otras como publicar fotos de sus deposiciones, seducir a una cupletista de los años ochenta y aparecer recurrentemente en todo tipo de realities. La intención de Vargas Llosa era que le ayudara a aplicar aquellas disparatadas técnicas para relanzar su carrera. A cambio, prometió, me ayudaría a revisar mi libro, prologarlo y buscarle una editorial de postín.

Tendría que haber rechazado la propuesta, pero cómo negar un poco de humanidad a un tipo cuyo patetismo despertaba tanta ternura. No tuve más remedio que aceptar su oferta. Aplastados en el sofá acabamos de ver Fue a por trabajo y le comieron lo de abajo degustando un cóctel de Red Bull, vodka Knebep y jalapeños. A la mañana siguiente introduje a Vargas Llosa en la ducha, lo lavé y lo vestí con ropa juvenil. A continuación preparé las maletas y me mudé a la mansión de Mario. El escritor peruano me ofreció la casa del jardín, en la que convivían otros cuatro escritores anónimos que habían sido cautivados por Vargas Llosa con el mismo pretexto que yo. Me sirvió una copia de todas sus novelas para que las utilizara como cama, sábanas, almohada o, si era preciso, encendiera una fogata para calentarme. Sin más dilación, nos pusimos a trabajar en el renacer de su carrera.

En poco más de diez minutos convencí a Mario para que se divorciara de Patricia y buscara a una famosa venida a menos para que su romance captase los flashes mediáticos. Antes de que saliera el nombre de Isabel, descartamos a Loles León, Norma Duval, Ana Obregón, Elena de Borbón, Marlene Mourreau o Bibiana Fernández por diversos motivos que me permitiré omitir para agilizar el relato. También acordamos que la línea ideológica de Vargas Llosa se simplificaría en cuanto a fondo y se multiplicarían sus apariciones en desayunos benéficos y guateques liberales. Tras apadrinar proyectos y líderes extravagantes como UPyD, Sociedad Civil Catalana o Francisco Flores, pensamos que era preferible apoyar los valores seguros de cada momento y regirnos por normas básicas como «comunismo malo, derecha buena» o «rico listo, pobre tonto».

Mario conoció a Isabel en un evento organizado por Porcelanosa en el que se promocionaba la nueva línea de sanitarios y fregaderos. Para acudir al evento me disfracé de azulejo de cerámica y me coloqué detrás de Mario para susurrarle las palabras adecuadas. Nuestra sesuda estrategia recurría al gusto de Preysler por una conocida marca de bombones. Mario, acompañado del azulejo andante, se acercó hasta la socialité y sosteniendo el bombón le susurró «Isabel, con Rocher nos ha conquistado totalmente». Ésta sonrió y Mario aprovechó la predisposición para encauzar la conversación sobre el analfabetismo de la nueva generación de críticos literarios y las bondades del pensamiento de Adam Smith. En un primer instante a Isabel pareció no interesarle la verborrea del escritor hasta que propuse a Mario que probara a hablarle del uso de la judía verde para mitigar el estreñimiento. De ahí en adelante la historia de Isabel y Mario se convirtió en un romance idílico.

La prensa rosa enseguida puso su foco de atención en la nueva pareja y comenzaron a llenar páginas de prensa rosa y horas de televisión basura. Isabel ganó una pareja que le acercara a los círculos culturetas y, como en otra época, al poder político y económico. La carrera literaria de Mario volvió a brillar. En primer lugar publicó El héroe discreto, una ligerísima modificación de mi manuscrito original, el cual me había convencido de no publicar. Argumentaba que todavía era un autor inmaduro, que debía leer primero todas sus novelas y adoptar un estilo clásico, de aderezos líricos y menos chicha argumental.

Si bien me pareció un tanto descortés el robo del manuscrito, perdoné a Mario pues me incluyó en círculos sociales a los que mi talento jamás me habría permitido soñar. De la mano de la nueva pareja acudí a foros de economía, cacerías junto a miembros de la casa real, inauguraciones de asilos y pregones en festejos populares. He de confesar, con el debido permiso del maestro Mario, que la pareja nunca mantuvo relaciones. No les interesaba lo más mínimo. De hecho, nunca durmieron juntos. En aquella época Mario se aficionó a dormir en un ataúd para meterse en la piel de uno de sus futuros personajes. No obstante, los enamorados se profesaban cariño, respeto y admiración más sinceros que la humanidad haya visto antes.

Paulatinamente el tedio se enquistó en las entrañas de la relación. Redujeron su agenda social a lo imprescindible. Aun así, Mario siguió mi consejo de opinar sobre todos los procesos electorales del mundo y apoyar a candidatos trasnochados y, a la postre, perdedores. Los miércoles, Isabel, Mario y yo tomábamos una mesa en la terraza de un 100Montaditos y aprovechábamos la oferta de jarras de cerveza a un euro mientras disfrutábamos del atardecer en silencio; los jueves paseábamos por el polígono industrial disfrazados de piratas; los viernes mendigábamos monedas y luego las gastábamos en unos salones recreativos; los sábados paseábamos por El Corte Inglés mirando atentamente la ropa sin comprar un artículo; y los domingos nos acercábamos a las inmediaciones del aeropuerto y buscábamos caracoles para cocinarlos con salsa de tomate. El resto de días Isabel y Mario se conectaban a una botella de oxígeno para intentar recuperarse de la vorágine de emociones.

Los celos, el hastío, la monotonía y las reminiscencias de vidas pasadas terminaron por desgastar la relación. La carrera literaria de Vargas Llosa estaba de nuevo estancada y él rebuscaba entre los descartes de su editor una solución mágica. Cabría no descartar que cualquier día se haga tiktoker o salga en los streams de Ibai Llanos. No tengo muy claro que Isabel se haya percatado de la ruptura. Ella es una persona comedida. Por lo que a mí respecta, recogí mis bártulos de la casa del jardín de Mario y ahora sólo espero embaucar con mis desvaríos a otro literato en otras bajas.

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15 respuestas a “Isabel, Mario y yo

  1. Comparto tu aflicción y me estremezco ante tanto sentir, aplaudo el perdón por lo del (yo no lo llamaría robo, más bien homenaje en prosa) manuscrito y rezo a los dioses menores por una pronta reconciliación. Este mundo necesita churumbeles.
    Feliz año y enhorabuena por esta gozada literaria.

    Le gusta a 1 persona

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