Es probable que la historia de España fuera la temática que me abocó a la lectura. En particular, la etapa que abarca la proclamación de la II República, la Guerra Civil y el régimen franquista. Tenía unos dieciséis años. Una de mis aficiones era la de bajar a la biblioteca municipal y escarbar. Allí cambié los cómics de Mortadelo y Filemón y los de Astérix y Obélix por La voz dormida, Soldados de Salamina, Homenaje a Catalunya, Los girasoles ciegos o El lápiz del carpintero. En algún momento aquella afición se convirtió en obsesión. Aparte de una cuestión de herencia familiar, enseguida sentí fascinación por el bando republicano, los perdedores, los represaliados, los portadores de las ideas de justicia y solidaridad, los buenos de la película. Paradójicamente, la derrota es la legítima propietaria del romanticismo y la épica. Aquel grado de obsesión me llevó a recurrentes enfrentamientos con mi profesor de historia, al cual me gustaba tensar con algunos apuntes bibliográficos. Tal y como vino aquel interés desaforado, se esfumó o, mejor dicho, fue sustituido por otras aficiones más prosaicas.
No había vuelto a transportarme a la agitada España de los treinta hasta que recientemente escuché en la radio una entrevista con un tal Paco Cerdá, promocionando su flamante 14 de abril. Se trata esta de una mirada poliédrica a la jornada en que se proclamó la II República, un conjunto de breves relatos que recoge de forma vívida su pulso político, social, periodístico y cultural. Aunque se trate de un trabajo de no ficción, con un encomiable y riguroso trabajo de documentación, uno de sus puntos fuertes es su apuesta por un estilo narrativo esmerado y heterogéneo. De hecho, cada uno de los relatos compone una voz distinta y los finales de la narración no desmerece a la de los mejores microcuentistas.
Entre las decenas de historias que vertebran 14 de abril, llama la atención la resignación y el consecuente destierro del monarca Alfonso XIII; la jornada de Margarita Xirgú en un teatro casi vacío, interpretando De muy buena familia; la efusividad de Unamuno en la proclamación de la República en Salamanca; la frialdad del PCE, quien veía en la república un parche burgués del sistema; el entierro de la anarquista Teresa Claramunt, la virgen roja, sin poder ver el insuficiente advenimiento republicano para las aspiraciones rojinegras; la espera impaciente en las cárceles de que el nuevo sistema conllevara la amnistía; o la muerte accidental de un jornalero cuando se dirigía en tranvía a celebrar la proclamación en la Puerta del Sol. La estructura de los relatos es cronológica y algunos de ellos, como los trasiegos del monarca, disponen de varias entradas. Quizá el de más calado sea el que abre y cierra el libro, dedicado a Emilio Arauzo, un vecino de Madrid que recibió un disparo accidental a la salida del cine, conocido como la última víctima de la monarquía y que la maquinaría republicana se encargaría de elevar a la categoría de héroe.
A diferencia de otras obras enmarcadas en tal periodo, la pluma de Paco Cerdá no juzga. En este relato no hay buenos, ni malos, solo la historia de nuestros ancestros que por un día nos hicieron soñar con la utopía. Mientras aguardo paciente cuál será la siguiente obsesión que los libros me permitan reabrir, solo deseo que el autor tenga a bien repetir fórmula literaria con otra fecha tristemente marcada en nuestro calendario: 18 de julio.

Excelente reseña que invita a la lectura de la obra comentada.
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Me alegra enormemente. Es una lectura que invita al entusiasmo, qué duda cabe. Te mando un fuerte abrazo. Adelante!
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