Esta semana enchufé la televisión. Quiero remarcar lo extraordinario del hecho para no resquebrajar, más si cabe, mi lamentosa reputación. El caso es que un consejo de sabios —también conocidos como tertulianos— debatía acerca de un estudio que señalaba cuál era la profesión soñada según el país. Los expertos parecían indignados, pues si multitud de países se habían decantado por el oficio de escritor, empresario, piloto, actor o bailarín, los españoles optábamos por el de influencer. Más aún, todos los países latinoamericanos escogían también ser influencer o youtuber. «¿Qué estamos trasmitiendo a las generaciones futuras?», se preguntaba un tertuliano; «Esto indica el fracaso del actual sistema educativo y del gobierno socialcomunista», apuntaba otro; «Los jóvenes de ahora son muy flojos y solo van a lo fácil», decía el último, un cantante que, por cierto, lleva media vida viviendo del cuento.
No acabo de entender la sorpresa o la indignación sobre los resultados del estudio. Me parece lógico que todos queramos ser influencers. De hecho yo sueño todas las noches en convertirme en uno de esos malditos adalides de la influencia, el postureo y la simpatía. Solo hace falta pasarse por una librería y ver que los libros más vendidos están escritos por influencers: La Vecina Rubia, Luna Javierre, Ángel Martín, Roy Galán y tantos otros. No quiero ser malpensado, pero entiendo que la viabilidad editorial mejora si añades cientos de miles de seguidores. Las posibilidades del influencer no acaban en la literatura, también pueden introducirse en el campo de la intelectualidad, el conocimiento o hasta la conquista de otros planetas.
Y, aunque les de vergüenza admitirlo, ¿acaso los escritores conocidos y desconocidos no se están convirtiendo en influencers? Desde los que aprovechan las redes para multiplicar la repercusión de sus novelas, como Gómez Jurado, hasta los que calientan al personal exhibiendo su incorrección política, al estilo Pérez Reverte, pasando por los que buscan emparejarse con una celebrity y volver al candelero, como intentó Vargas Llosa. Por no olvidar de los miles de apátridas que aprovechamos la más mínima ocasión para suplicar atención con una foto en la churrería o escribiendo nuestra infame opinión sobre el último disparate nacional.
El concepto de escritor se está extinguiendo. Como también lo harán el resto de profesiones en las que un intruso pueda acceder empleando solo su teléfono móvil. Ser influencer es ser lo que quieras. Es la profesión del futuro. Asumámoslo cuanto antes: todos queremos ser influencer.

Me gustó mucho esta crónica!
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Encantado, compañero. Bienvenido a este lugar del disparate y la reflexión. Un fuerte abrazo, adelante!
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Creo que todo escritor quiere ser influencer para así asegurar ventas pero también los lectores, y no por recibir libros gratis sino por tener oportunidades de ir a eventos literarios o entrevistar en persona a escritores que de otra forma no se podría
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Eso es. Todos queremos ser influencers 😉 Un fuerte abrazo, adelante!
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Tienes toda la razón. Hoy en día, por desgracia es lo que está en boga. Muy buen artículo.
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Uno no escribe por tener la razón, pero de vez en cuando da gustito acariciarla. Un fuerte abrazo, compañero. Adelante!
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Increíble es cuando otros ven algo y te lo señalan: «¡siempre estuvo ahí!» Te dicen. Es la época de las redes sociales, ahí domina la reputación. Valoramos más la reputación que nuestro propio dinero. La reputación consiste en la moneda que nos permite hacernos un espacio en esta sociedad. Hoy es: se tiene un talento, exhibirlo es obligación.
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Y si te sobra el dinero, puedes comprar más reputación, que en un futuro se transformará en dinero. La cosa está negra y los mismos que pintan la realidad de tal color hacen acopio para agotar el resto de colores. Un fuerte abrazo, compañero. Adelante!
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No todo el mundo quiere ser influencer, afortunadamente. La inmensa mayoría sí, porque el que quiere ser influencer lo que quiere es ser famoso y ganar dinero. Esa es la tristeza y esa es la pobreza que se desprenden de esa encuesta.
Saludos.
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No se podría resumir mejor, compañero. Bienvenido a este espacio. Adelante!
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Bueno, menos mal. Mirando detenidamente la encuesta y el mapa, se ve que la inmensa mayoría NO quiere ser influencer. Hay otros campos de atracción en esta vida. Eso sí, en España son mayoría, no inmensa mayoría, lo que sueñan con ese tipo de cosas, si es que hacer una búsqueda en google se puede identificar con ese deseo. Por algo será. Los polacos son asombrosos: ¡sueñan con ser desarrolladores! Y en general lo que a la mayoría le gustaría sería ser suicida, quiero decir piloto o escritor. Sueños de juventud.
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Queda algún rescodo de esperanza. Lástima que haya que escarbar tanto e importar sueños de juventud extranjeros. Adelante!
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