Los azares de las redes sociales me condujeron a saber de la existencia de Bibiana Collado. Probablemente sean estos foros equivalentes a los antiguos cafés de escritores y maleantes, con la ventaja de sustituir la lechuguilla y la capa por una bata que disimule la ropa interior. A pesar de su condición de poeta, hubo algo en Bibiana que me causó cierta curiosidad. No es algo sencillo de encontrar entre generosas dosis de impostura y vanidad. Su debut en la narrativa, Yeguas exhaustas, rubricado por la garantía de un sello como Pepitas, meritaba una lectura que por desgracia a la vez que con acierto ha resultado un suspiro.
En una presentación de su última novela, Juan Manuel Gil comentaba que todo autor acaba tarde o temprano utilizando sus recuerdos infantiles y adolescentes como material de escritura. Este ejercicio es precisamente el que cimenta Yeguas exhaustas en clave de autoficción, independientemente de cuál sea el balance entre biografía y ficción. La obra refleja de forma cristalina y descarnada a una narradora atrapada en una relación de pareja tóxica —más bien aprisionada por un novio que es un auténtico cabrón y reduce a la protagonista a basura como forma de tapar sus vergüenzas— y la precariedad laboral y el elitismo del entorno universitario. Dicho relato permite a la autora escarbar en un pasado marcado por su descendencia de emigrantes andaluces en el territorio valenciano, en el que sobresale una de esas madres que labora hasta la extenuación y hace apología inconsciente del voto de pobreza. Este aspecto sociológico permite explicar muchos de los rasgos de la protagonista. Yeguas exhaustas es un retrato que evidencia la violencia que impregna nuestra cotidianeidad, manante de las enormes brechas de clases, entre hombres y mujeres, acomodados y humildes, profesores y becarios, empresarios y obreros, los de arriba y los de abajo. De entre todas las ideas que subraya, hace bien el relato en enfatizar que el punto de partida socioeconómico es determinante en cuanto a oportunidades se refiere, pues con tanta cantidad de estímulos e ínfulas los de abajo estamos perdiendo la orientación de nuestra posición. Aun ser una vivencia individual, la estampa de Bibiana Collado posee una clara vocación de ser colectiva.
Destaca el magnetismo de la voz de Yeguas exhaustas, que enseguida se convierte en una cómplice con la que uno pareciera estar quedando a tomar café, copa y lo que ella quisiera. De hecho, son constantes las interpelaciones veladas al lector. Esto no quiere decir que la obra adolezca de preciosismo lírico y de un cierto influjo poético. Esa voz sirve también para esbozar a una protagonista que transita entre la candidez y la perspicacia. Me llama la atención cómo ese torrente de recuerdos se enreda de forma natural en digresiones complementarias, pequeñas anécdotas y asociaciones de ideas realmente agudas, como el uso del conocimiento como arma de humillación o la postura de cuclillas para soportar el dolor.
La lectura de Yeguas exhaustas me ha atrapado debido a una triple interpelación: por compartir generación, por haber deambulado y continuar deambulando en las esferas académicas y por descender de emigrantes andaluces asentados en el Levante. Tranquilos, no me introduciré como protagonista de este texto. Demasiado atrevimiento escribir una reseña en primera persona. La posición social de la narradora es claramente más reprimida por el hecho de ser mujer y ya que la línea de la agresión sexual se manifiesta hasta en las más remotas circunstancias. No obstante, me gustaría puntualizar la visión del mundo universitario que el relato apunta a ser generalizada. Aunque la endogamia, los privilegios y la dificultad de acceso para las nuevas hornadas de investigadores y docentes han sido miserias estructurales del sistema, y más proclives en ámbitos como las humanidades, progresivamente he atestiguado cómo estas han sido limadas. Lo que no ha variado, si acaso agravado, tal y como apunta Bibiana Collado, es esa enorme obsesión del profesorado por acumular estatus en forma de papers, becarios, proyectos e ítems en esa carrera hacia un infinito al que, en caso de existir, nunca alcanzaremos.
Como apunta el remate de la obra —una suerte de epílogo en forma de diálogo genial entre autora y narradora—, me parece muy acertada y agradecida la brevedad de la misma. Probablemente la propia Bibiana podría haber recargado la redacción con cientos de situaciones que hubieran removido al lector y cargado las tintas de la crueldad rutinaria. Es una tendencia que observo en el fondo y la forma de algunos autores que dan el pelotazo editorial. No obstante, el propósito de Yeguas exhaustas de empatizar con la visión de un mundo despiadado e invisibilizado, así como el disfrute del susurro de una voz genuina queda de sobra patente. Y con un relincho salvaje merece ser celebrado.

