Mi parada siguiente fue la isla de Sicilia, a la que llegué camuflado en una camioneta cargada de ganado porcino. Necesitaba refugiarme, coger aire y tiempo para pensar, aunque mis pensamientos demandaban más riesgo. Paraba en una cafetería de los suburbios de Palermo cuando, entre los anuncios por palabras del periódico regional, encontré uno que buscaba piratas sedientos de aventuras y sin miedo a la muerte. Supuse que como toda publicidad exageraba un poco, pero enseguida empecé a fantasear con las hazañas que podría vivir, los tesoros que desenterraría en islas desiertas, las botellas de ron que pimplaría en cubierta entonando ‘La vida pirata’ y el atractivo que me proporcionaría. Sin pensármelo dos veces, acudí a una tienda de disfraces y me hice de un chaleco de cuero, una casaca con bordados, un sombrero con su calavera reglamentaria, parche para el ojo derecho, un garfio brillante y una espada que, aun siendo de plástico, hacía juego con mi pantalón. Desdeñé la opción de lucir un loro sobre el hombro, ya que no me seducía la idea de trabajar con la indumentaria regada de excrementos.
Seguir leyendo «Todos los caminos (Parte III)»Categoría: Relatos
Todos los caminos (Parte II)
Una mañana, me levanté antes que el sol y marché de casa con lo puesto, dejando una escueta nota para Valeria. «No quiero morirme sin saber qué hay ahí fuera», decía. Me enfilé raudo hacia la estación y compré el billete del primer autobús que partiera al extranjero. Los caprichos de los horarios me propusieron Bucarest como destino y un viaje en el que tendría tiempo más que suficiente para pensar qué hacer. El autocar estaba repleto. El equipaje se amontonaba desafiando las leyes de la gravedad. Algunas gallinas y conejos trataban de camuflarse en el barullo. El compañero que me tocó al lado gozaba de una masa corporal imponente y un olor corporal que desprendía cierto espíritu de relajación. Además de ocupar su asiento, sus dimensiones hicieron acopio de más de la mitad del mío. Sudaba a borbotones y apagaba el calor bebiendo una tras otra lata de cerveza. El tipo viajaba acompañado de un instrumento musical que guardaba celosamente en una funda de piel. Tan sólo en sus frecuentes visitas al baño se separaba de él, pidiéndome que lo protegiera entre mis brazos como una madre envuelve con su calor a su cría.
Seguir leyendo «Todos los caminos (Parte II)»Todos los caminos (Parte I)
Probablemente, la curiosidad sea el motor que impulsa al ser humano con mayor determinación. Ha sido la curiosidad capaz de motivar los principales descubrimientos científicos, así como esbozar las obras de arte más maravillosas que se hayan podido nunca imaginar. En un nivel más cotidiano, tiene el poder de desarrollar el carácter y el conocimiento de todos los seres vivos, impresionarlos cuando sienten el desafío de lo desconocido y engañar al hambre del alma. Sin embargo, un arma tan potente como la curiosidad puede desencadenar los mayores desastres, arruinar felices y tranquilas existencias, herir los cuerpos lozanos, enfermar a los saludables o, en la peor de las coyunturas, matar despiadadamente. En mi humilde caso no sé dilucidar si la curiosidad optó por destruirme o si acudió a tiempo a mi rescate. Los relatos no saben juzgar por sí solos. Es la interpretación del lector la que tiene la potestad de hacerlo.
Seguir leyendo «Todos los caminos (Parte I)»La pequeña E
El día en que la pequeña E vino al mundo me obsesionaba encontrar las palabras que le dirigiría por primera vez. Nunca supe cuándo era el momento idóneo de decir tequiero, tampoco aprendí a articular consuelo o solemnidad más allá de la necesaria para pedir pizza a domicilio. El nacimiento de una criatura bien valía la pena superar complejos y traumas y hacer un esfuerzo verborreico. Desde el sensiblero «Siempre voy a estar a tu lado» hasta el entusiasmo desbocado del «Te voy a querer hasta desangrarme», pasando por alternativas más imaginativas como el «Me voy a esforzar por no decepcionarte» o «Lo vamos a pasar que te cagas», fueron algunas de las ideas que me rondaban por la cabeza.
Seguir leyendo «La pequeña E»Zóster
Hace algunas semanas apareció en mi cara una serie de erupciones. Al comienzo no le di mayor importancia, supuse que sería fruto de una pubertad mal curada o el efecto previsible de un atracón de langostinos con chocolate. No obstante, empecé a notar que mi cara despertaba miradas y murmullos por la calle. Una señora ataviada de toquilla negra me abordó para rezar un Ave María. Sostenía un rosario entre las manos mientras clavaba su lengua en mis sarpullidos. «Es el ataque de la culebrilla, zagal, ten cuidado o perderás la vista, el oído y el olfato. Deja que te sane, zagal, deja que te rece”. Salí espantado por si se trataba de alguna especie de timo o un intento de secuestro. Me refugié en una farmacia. Para no levantar sospechas, pedí que me despacharan una caja de preservativos y un chupete. Entre tanto la farmacéutica observaba detenidamente mi cara. «Muchacho, ¿alguien te ha mirado esos granos? Ve a urgencias y que te receten algo fuerte. Si no vas a tener que pensar en comprar un parche o un ojo de cristal».
Seguir leyendo «Zóster»Tinta en espera
A falta de media hora para las dos, José Saravago despierta. En comparación con el resto de días, podría afirmarse que el escritor ha madrugado. No es para menos, Saravago se ha propuesto rematar su ansiada ópera prima, titulada El dulce crepitar de las pelusas. A decir verdad, las musas le susurraron primero el título y después tomó prestada una trama cualquiera.
Seguir leyendo «Tinta en espera»La gran noticia #3
Lee La gran noticia #1
Lee La gran noticia #2
La última vez que caí enfermo contaba con cinco años de edad, hace más de un cuarto de siglo. Creo recordar que fue a causa de un brote de gripe que se difundió por medio colegio y estuve entrando y saliendo de la cama alrededor de una semana. Puede, no obstante, que mi memoria haya deformado dicho acontecimiento pues aquel recuerdo está situado en el filo del comienzo de mi memoria. A decir verdad todos los recuerdos que tengo cercanos a esa edad, como asombrarme por ver una ciudad espléndida desde la ventanilla del coche de mi padre o agacharme dentro de la bañera para que mi madre recorriera mi cuerpo con la esponja, no sé si en realidad ocurrieron o son una paulatina deformación de mis recuerdos. El caso es que desde aquel momento jamás había faltado al colegio, al instituto, a la universidad, a ninguna de mis variopintas maneras de ganarme la vida, a una acampada o a un concierto aludiendo por motivo una enfermedad. No ha habido anginas, tos, afonía, circuncisión o resaca que haya conseguido derribarme. Ahora, una carcasa de plástico me obligaba a pasar una semana encerrado en una habitación.
Seguir leyendo «La gran noticia #3»La gran noticia #2
“Estás ardiendo. ¡Ay, Dios, que has cogido la covid! Corre a hacerte un test de antígenos”. Aunque la conjetura de mi novia fuera cierta, ¿es que acaso no podía irme a dormir al sofá y hacer la prueba la mañana siguiente? Ningún artículo científico ha apuntado aún que el virus pueda coger la puerta e irse de vacaciones. ¿En qué momento habíamos perdido la capacidad de soportar la incertidumbre unos minutos? Hemos evolucionado, desde luego, pero en las cosas más básicas a peor. A mi pareja la llevo conociendo un tiempo y por fin empiezo a darme cuenta de qué guerras no merece la pena librar. En nuestros comienzos hubiera disfrutado de una buena contienda por ver quién de los dos es más cabezón, de la lucha dialéctica y ver la sangre del enemigo correr bajo mis barricadas, de las batallas con forma de discusión, de los retrocesos de líneas mediante silencios, de la retirada para rearmarse de razones y, en último lugar, de firmar un placentero armisticio con los cuerpos desnudos y bañados de lujuria y redención. Así pues, me incorporé en un lado de la cama sin saber muy bien si estaba en casa o si aún seguía rodeado de la muchedumbre del sueño con el tipo de la capa negra acechando. “Claro que sí, cariño, hazme el test y todo lo que tú quieras”, contesté fingiendo dulzura. Mi pareja es una persona de altas capacidades, entre las que destaca la saña con la que maneja la prueba de antígenos. Si se lo propone, es capaz de introducir el hisopo con tal precisión que con él puede acariciarte los pulmones, los riñones o el tuétano. En cuestión de segundos las gotas de reactivo mezclado con la muestra de mis fosas nasales y garganta estaban siendo analizadas en una carcasa de plástico de fabricación china. Al pasar la mano por la frente comprobé que estaba ardiendo y una masa viscosa taponaba mi nariz. El resultado, sin embargo, fue inequívoco: negativo.
Seguir leyendo «La gran noticia #2»La gran noticia #1
Hace unas semanas se confirmó una gran noticia. Una noticia que llevaba esperando varios años y que por fin iba a darme el ansiado y definitivo rumbo en mi vida. No cabía en mí de la satisfacción y de la emoción. Los esfuerzos y las penurias por conseguir el objetivo se habían reducido a meras anécdotas que sólo servirían para agrandar la gloria. Enseguida llamé a mis padres y a mi pareja para comunicarles la buena nueva y compartir la emoción desbordante. Redacté un escueto mensaje de WhatsApp que deslicé entre varios familiares y amigos cercanos. “Enhorabuena, fiera”, “El esfuerzo siempre tiene su recompensa”, “Que Dios te bendiga, muchachito”, “No sé quién eres, pero me alegro de lo tuyo” fueron algunas de las réplicas. Aquel día concluí la jornada laboral antes de lo que marca mi contrato y me dispuse a disfrutar de la celebración con la que había fantaseado miles de veces.
Seguir leyendo «La gran noticia #1»El despegue del niño torpe
Uno de los defectos que más cuesta reconocer es la torpeza. Dicen que cuanto antes se asuma una carencia, antes se podrá poner remedio o reunir el aplomo suficiente como para afrontarla. En mi caso, fui consciente de que era torpe en el parvulario, a los cinco años. Fue en una clase donde aprendíamos las formas de los polígonos cuando la maestra me pidió que citara uno. “El círculo”, contesté sin atisbo de duda. “¿El círculo, niño? Un curso entero llevamos con los polígonos y dices el círculo. ¡El círculo no tiene lados!”, respondió ella y enseguida me puse colorado como un tomate maduro. Quizá no lo hiciera con tal intención, pero aquellas palabras se hartaron de sobrevolar mi cabeza de crío. Aún hoy escucho su eco cuando creo perder los pies del suelo.
Seguir leyendo «El despegue del niño torpe»Navidad 2084
“Éstas van a ser las mejores navidades de nuestra vida”, susurra Erre a su hija Uve. La niña emite una sonrisa alegre y a continuación abraza a su padre tan fuerte como sus brazos pueden. Mientras tanto, Uve continúa absorta en la visualización paralela de ‘Don’t Look Down’ y ‘Do Look Up’, los flamantes estrenos de la industria cinematográfica, cuyas imágenes se proyectan en la mente gracias a la tecnología transhumana Uniform2084.
Seguir leyendo «Navidad 2084»La ecuación de la incertidumbre
Después de varios años dando tumbos, había conseguido plaza en la universidad. Aquel hito personal resultó ínfimo comparado con una pandemia de magnitudes ilimitadas. Durante los meses de confinamiento, mientras me debatía entre adoptar una vida ermitaña o disfrazarme de pirata y lanzarme a desenterrar tesoros recónditos, llegó una tromba de concursos para profesores universitarios. Con la amenaza de una recesión sin precedentes, aquellas convocatorias parecían anunciar la salida inminente del último tren académico.
Seguir leyendo «La ecuación de la incertidumbre»El sábado por delante
Es sábado. Los rayos de sol entran por las ventanas de la buhardilla y se empeñan en interrumpir mi plácido sueño. El reloj está a punto de dar las ocho. Me siento rebosante de energía. Decidido, despierto para aprovechar el sábado que tengo por delante. Mientras tomo café, una marabunta de planes atractivos revolotean en mi mente. Componer un soneto, ir a la montaña a coger setas, hacer y tender dos lavadoras, escribir cartas a amores marchitos, asistir a un concierto de orquesta de cámara, salir a cenar a un restaurante fino, adoptar un cerdo vietnamita, decidir mis últimas voluntades…
Seguir leyendo «El sábado por delante»Certamen de gruñidos porcinos
No debería, pero he vuelto a caer en el peor error que puede cometer un aspirante a escritor. He leído los relatos finalistas del XIV Certamen Literario ‘Come jamón, escribe un montón y engorda el corazón’, al cual me presenté. Suelo lanzar mis textos a estos concursos con la misma convicción con la que un universitario se presenta a un examen tras haber estudiado sólo la noche de antes. La mayoría de veces no obtengo respuesta, incluso si figuro entre los seleccionados, a no ser que los organizadores quieran vender el recopilatorio compuesto por otros quinientos seleccionados. En esta ocasión, me enteré del fallo por una casualidad fatal: comprando un paquete de lonchas de jamón envasadas al vacío en la web de Tocino Feliz, la empresa organizadora del certamen.
Seguir leyendo «Certamen de gruñidos porcinos»Otro día más
Un placer presentar ‘Otro día más’, seleccionado por Absolem Oruga Azul en el Certamen de relato breve El Sombrero de Tres Picos. Se trata de un pequeño homenaje a mi abuelo y familia materna. Desde el siguiente enlace podéis leer todo el texto. Espero que lo disfrutéis. Adelante!
