En esta Navidad me han regalado una boina. Reconozco que soy una persona difícil de obsequiar. Salirse de calcetines lisos, calzones oscuros o una lata de mejillones en escabeche supone toda una osadía. Así pues, cuando recibí el paquete y palpé su silueta, un bufido sonoro me vino instantáneamente a la boca. Afortunadamente, pude contenerlo y me abracé a mi pareja fingiendo emoción. La boina estaba hecha con una lana suave de rayas con tonalidades marrones, fabricada con cariño en una fábrica de algún remoto lugar de la geografía china.
Sigue leyendo “El hombre pegado a una boina”Categoría: Relatos
El peso del dinero
A los pocos días de llegar a Madrid, empecé a notar una presión inusitada sobre el cuello. En primera instancia pensé que sería consecuencia del cambio de altura o de la contaminación. El peso aumentaba por días y mi figura se encorvaba progresivamente. Una tarde que paseaba por las inmediaciones de Atocha, el agotamiento me obligó a detenerme en una de las entradas principales. La gente entraba a cuentagotas constantes mientras salía en mareas periódicas. Mis ojos se centraban en las formas que describían las espaldas. Asombrosamente, la proporción de chepudos era aplastante entre la población adulta.
Sigue leyendo “El peso del dinero”La zanja de la paternidad
Estoy llegando a una edad muy delicada. No me preocupa adentrarme en el ecuador de la vida o haberlo traspasado y estar perdiendo el tiempo en lugar de elegir una bonita urna funeraria. Tampoco me molesta levantarme y descubrir zonas de mi cuerpo fruto de su oxidación; el aumento exponencial de la duración de las resacas; haber cambiado los estruendosos casetes de Eskorbuto y Cicatriz por listas de jazz para pusilánimes; o mirarme en el espejo y descubrir que me estoy convirtiendo en mi padre. Todos estos cambios, aunque penosos, son predecibles al formar parte del orden natural de las cosas.
Sigue leyendo “La zanja de la paternidad”A la caza del famoso
Desde que llegué a la capital no paro de toparme con gente famosa. Los autóctonos son conscientes de que la gente importante suele afincarse en su ciudad y no se inmutan lo más mínimo si ven al presentador de ‘La ruleta de la suerte’ practicando la cleptomanía en una tienda de lencería femenina. Sin embargo, para un recién llegado de provincias como yo, vivir entre la crème de la crème es una circunstancia que genera una tensión permanente y el riesgo de cortocircuitar.
Sigue leyendo “A la caza del famoso”La voz interior
Llevo unas semanas sin escribir. No me ocurre nada grave, sólo que no tenía nada que contar. Mientras tanto me he dedicado a sobrevivir, a observar el devenir de estos tiempos raros y a intuir por dónde irán. Sobra decir que he fracasado, pero no me siento especialmente culpable o apenado por ello.
Sigue leyendo “La voz interior”Guerra y paz en las noches de verano
Las noches de verano son escenario de batallas silenciadas. Una de las más populares es el ardor de estómago contra su propietario, tras un atracón de ensaladilla con mayonesa pasada y cerveza depravada. El calor también tiene el poder de masacrar toda dignidad de su adversario, devolviéndosela únicamente al frotarse la entrepierna con cubitos de hielo. Otra guerra de consecuencias impredecibles es la de los cuerpos ardientes que se atraen y se repelen según se imponga los batallones del sudor o la excitación.
Sigue leyendo “Guerra y paz en las noches de verano”Trabajos Nocturnos
Hubo una época oscura en la que no tenía trabajo ni esperanzas. Vagaba por las calles cargado de currículums, buscando algún rincón donde esparcirlos. Licenciaturas de cómo perder el tiempo, cursos de especialización en el escaqueo y una amplia experiencia en el campo de la resaca adornaban mi carta de presentación. A medida que caía la tarde, me dejaba vencer por la resignación. Abandonaba el montón de copias dentro de un contenedor y me acercaba al parque a disfrutar de las cálidas historias de vagos y maleantes.
Una noche, El Pálido, un quinqui fascinado por las novelas de Bram Stoker, me comentó que la empresa de su familia buscaba a alguien. Al haberse quedado sin dientes, El Pálido había dejado de trabajar de cara al público para ocuparse de atención al cliente. La empresa necesitaba sangre fresca para el turno de noche. Bastó un encuentro con el director, tío abuelo de El Pálido, para ser contratado. El jefe ostentaba también el título de conde. A pesar de su noble origen, el Conde era una persona cercana. Con paciencia me explicó los pormenores de mi cometido. Cada día me entregaba un listado de personas a las que debía visitar mientras dormían. Sigilosamente, me debía acercar por un costado, morderles y absorber la mayor cantidad de sangre. No era el trabajo de mi vida, pero era mejor que nada.
Tras algunos despropósitos fruto de la inexperiencia, fui mecanizando el trabajo hasta convertirme en un meticuloso e infalible chupasangre. Las largas jornadas me dejaban exhausto como para hacer otra cosa. No tenía apenas días de descanso, vacaciones y el sueldo era poco más que el mínimo. Reclamé al Conde mejores condiciones. A pesar de estar satisfecho con mi rendimiento y con el flujo de sangre conseguido, aludió a la crisis del sector y los recurrentes problemas judiciales para no satisfacerme. Con la tasa de desempleo que tenía el país, bastaba un chasquido de dedo para conseguir otro desesperado que estuviera dispuesto a succionar cuellos desconocidos a cambio de una miseria.
Así pues, me despedí del Conde y el vampirismo profesional. Por fortuna, poco después, empecé en un sector más honrado. Trabajo en una sucursal de un gran banco. Sin embargo, todavía hoy, de vez en cuando me levanto con la boca empapada de sangre.

Demasiada Candidez
Anda suelto Satanás
El Rey de las Tabernas
