Le añadió una pizca de picante y sal a la historia y metáforas de tres al cuarto, sin pasarse pues los paladares de los jurados de hoy en día se habían vuelto tibios, siendo alto el riesgo de salar, empalagar o amargar. El joven que escribía pasó noche y día escribiendo, mientras en su casa se amontonaban los cartones de pizza y el papel de aluminio de kebab que conformaban su único método de supervivencia. Después lo repasó una y otra vez, lo pulió, intercambió el final con el principio diez veces. El pirata se transformó sucesivamente en payaso, mafioso, cura, león y de nuevo pirata. Casi cuando estaba por mandarlo, se lo dejó ver a dos o tres amigos de su confianza. Le dijeron que era lo mejor que se había escrito desde ‘El Alquimista’, por lo tanto supo que todo estaría mal, el tema manido y el final previsible. Finalmente, aburrido de leer y releer, se decantó por entregarlo.
Finalmente, sereno, consultó la fuente donde había encontrado el certamen y descubrió que había un millón más. Ahora su historia esta en manos de una ganadería vacuna, la cual elegirá al relato ganador según sea la intensidad del bramido en aprobación de su ternero Eufrasio, aficionado a devorar pastos frescos y las páginas de ‘Crepúsculo’ y ‘Cincuenta Sombras de Grey’.