El pasado verano tuve la suerte de conocer Serbia. Además de saborear la Šopska y el čevapčiči, congratularme con paseos a través de sus parajes virginales, me atrapó la fascinante historia de los Balcanes, presente en su arquitectura y el carácter de su gente. Tal grado de complejidad y una heterogénea influencia de culturas requería cierta profundización. Como primera referencia, emprendí la lectura de Un puente sobre el Drina de Ivo Andrić, premio Nobel de Literatura en 1961.
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Serbia: El Corazón De Yugoslavia
Meses después de regresar de Serbia, no sé aún por qué acabé en tan singular país. Aparte de ser feliz, autorrealizarse y salir de la zona de confort, una de las preocupaciones contemporáneas es elegir destino vacacional. Ha de ser exótico y acogedor, que transmita su cultura a través de su gente y su gastronomía. Y, lo más importante, que permita saturar de instantáneas las redes sociales. No tenía claro si estas premisas se cumplirían en el caso de Serbia. A decir verdad, más allá de sus recientes refriegas bélicas, sus hitos en el mundo del deporte y las reminiscencias de tiempos pasados, del corazón de la antigua Yugoslavia no encontré excesiva información. Incluso tuve que comprar la guía turística en italiano. El atractivo del desconocimiento y el aislamiento, junto a unos billetes de avión a precio razonable, me convencieron para recorrer parte de los Balcanes en poco más de una semana.