Reseñas

Expertos en silencios — Pablo Gonz

«¿Qué cojones es esto?», fue la primera reacción que emití tras terminar la lectura de Expertos en silencios. Después de unos días que dejé a mi juicio recomponerse macerándose en el sosiego, creo que estoy en disposición de defender la tesis de que el riesgo siempre es un acierto. Y a poco que el experimento esté conducido con un mínimo de solvencia literaria, como muestra Pablo Gonz en esta y otras contiendas líricas de la internete, el resultado corroe como un zumo anaranjado de ácido clorhídrico.

La obra se estructura en un monólogo electrizante dividido en tres actos que circulan más rápido que Farruquito por las avenidas sevillanas. No en vano, Gonz asume con naturalidad la posibilidad de atropellar a cada página al cándido lector o, como en mi caso, aquel que recurre a la lectura para despabilarse. Expertos en silencios narra en primera persona la sucesión de desventuras protagonizada por un tal Kola, quien deambula entre las circunstancias para dar respuesta a la fulgurante desaparición de una suerte de Dios llamado Marcel. El experimento, repleto de disparates y peligros, supone un trepidante desafío al poder del narrador sobre sus personajes.

Un camino que surca entre la gloria y el abismo, del que el lector es activamente partícipe, compartiendo en muchas fases el agobio y la incomprensión de su musa. He de reconocer que conforme avanzaba la lectura empecé a enarcar la ceja en muestra de duda de la pericia del autor para salir del embrollo de un modo digno. Quiero pedir disculpas a Gonz, pues si existe la candidez en Expertos en silencios es pura fachada. El final es una rotunda demostración de que la historia estaba perfectamente planificada y desarrollada. O por lo menos da el pego a las mil maravillas. En cierto punto también sospeché que la historia podría ocupar varios centenares de páginas más, en el errado empeño del autor de tirarse los pedos más grandes que el culo. Sin embargo, el tamaño, unas ciento veinte páginas, es una virtud.

Intuyo que la forma de leer este monólogo corrido es cada capítulo del tirón. Alabo en este aspecto que Gonz no haya incluido la vergonzosa introducción a modo de manual de instrucciones para aleccionar al lector. En esa tesitura puede uno pasar por alto la brillantez de las digresiones del narrador. En particular, mi torpeza captó y se maravilló con «La felicidad consiste en mondar y trocear patatas junto a la persona estimada». Un elogio a la sencillez que resume el espíritu de Expertos en silencios, un dique de contención ante la estruendosa petulancia.

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