Reseñas

Pájaros en un cielo de estaño — Antonio Tocornal

Soy persona de contadas tradiciones. No voy a misa los domingos, detesto frecuentar los mismos bares y me gusta cambiar de ciudad y trabajo cada dos años. No obstante, la única excepción que he admitido es en forma de novela escrita por Antonio Tocornal. Debido a la fecundidad del autor gaditano, se ha convertido en un ritual recibir sus buenas nuevas y reencontrarnos cada año en torno a su reconocible combinación de prosa delicada y realismo mágico tamizado por el humor. Su flamante Pájaros en un cielo de estaño, Premio València de narrativa en castellano 2020, me ha hecho gozar los últimos días con una sonrisa constante y una admiración sincera.

Cabe destacar que Antonio Tocornal es un reconocido escritor de relato y que, como tal, domina las distancias cortas, la precisión narrativa y el golpe de efecto de cada uno de sus pasajes. Tal y como confeccionó su segunda novela, La noche en que pude haber visto tocar a Dizzy Gillespie, Pájaros en un cielo de estaño es una novela que se cimenta con una sucesión de relatos que podrían ser leídos de forma independiente. Su nexo de unión es el ficticio pueblo de Las Almazaras y los Pájaros, una familia procedente de la región de Flandes que encabeza san Antonio, el padre, una suerte de emprendedor que transita entre la gloria y el esperpento para sacar a su extensa familia adelante.

Una vez instalados en el pueblo, acontecen las fantásticas epopeyas alrededor de los Pájaros: el cartero que en la vorágine de la melopea amontaba la correspondencia en casa, la niña cuya menstruación indicaba la localización de agua subterránea, el mamón capaz de adivinar la comida según el sabor de la leche materna o la joven cuya biología le había agraciado con dos vulvas. A pesar del surrealismo aparentemente abrupto, el humor de Tocornal resulta tan sutil que hace pasar a sus narraciones por anécdotas que podrían ser contadas en una cena familiar de Nochevieja. El conjunto de retratos confecciona una retrospectiva de la Andalucía rural tras la Guerra Civil, donde entre el hambre y el analfabetismo había lugar para el cultivo de la ternura y la magia.

Como nos tiene habituados su autor, huelga decir que Pájaros en un cielo de estaño está maravillosamente facturado y que la efimeridad de las narraciones incluye comparaciones ingeniosas y un léxico que casi roza los límites del diccionario. No obstante, lo que más me fascina de las novelas de Antonio Tocornal es la exactitud que guardan los detalles descritos. Ya sea para hablar de aperos del campo, reformas para cortijos abandonados, reglas del idioma flamenco, anatomía de los anfibios, física cuántica o arte rupestre. En una época donde la inmediatez apremia y la verdad se torna un concepto relativo, se agradece la supervivencia de los artesanos de la rigurosidad.

Una vez leído Pájaros en un cielo de estaño, sólo me queda desear que el año 2022 conserve mi tradición y podamos disfrutar de una nueva creación del maestro Tocornal.

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